Antonio Abellán Navarro
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13 de enero de 2007
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El odio a la fe que conlleva la persecución, no solo supone una actitud de rechazo y desprecio en quien alberga tal sentimiento, sino el mismo deseo de sembrar esas ideas contrarias a la religión, mediante el desprestigio, la ridiculización, el hecho de sacar a la luz sólo noticias poco positivas, y la culpabilización a la Iglesia de las desgracias de la sociedad del momento. Así ha ocurrido siempre. Cuando se desató la contienda civil, la persecución se recrudeció, y no se tuvo reparo en manifestar públicamente, en los medios de comunicación, las intenciones del perseguidor.
Para muestra, un artículo aparecido en la prensa el 28 de julio de 1936, que decía así: “Para suerte nuestra, los frailazos y las monjuelas serán barridos o hacia la ineficacia o hacia la muerte, según el lugar en que se hallen en la contienda del momento… En la voluntad y en el fusil de nuestras milicias revolucionarias, entre tantas y tantas ambiciones nobles, la de acabar definitivamente con el oscurantismo opresor que representa o representaba en nuestro país la enseñanza confesional”.
MARIANO RUIZ MARTÍNEZ
Nació en 1875 en Cieza (Murcia). En junio de 1903, recibió la ordenación sacerdotal. Tras varios destinos se le envió como asignado a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en su pueblo natal. En marzo de 1936 tuvo que salir huyendo ante la persecución desatada contra todo lo que significaba la religión católica. Volvió el día de la Ascensión con intención de celebrar, pero fue reconocido y bárbaramente maltratado y apaleado. Se trasladó a Murcia, pero viéndose en esta ciudad espiado y frecuentemente amenazado, resolvió, por el mes de junio, trasladarse a Hellín. Buscaba una tranquilidad, que tampoco encontró, pues apenas había transcurrido un mes, desde su cambio de residencia, se inició la Guerra en toda España.
Don Mariano pudo esquivar la persecución hasta el 20 de noviembre; ese día unos individuos llegados de Cieza se presentaron con el propósito de detenerlo. Le encontraron en el campo guardando pastoreando unas cabras; y en el acto trataron de intimidarlo para llevárselo consigo. Mas como el sacerdote se negase a seguirlos, allí mismo lo ataron por la fuerza a un árbol y le dieron muerte a puñaladas. Horas más tarde, los asesinos celebraban la hazaña en una taberna de Cieza, bebiendo vino, mientras alguno en un acto de antropofagia, comía las orejas del sacerdote. Estos hechos sucedieron en la carretera de Hellín a Murcia, en el sitio conocido por Puerto de Mala Mujer.