Manuel de Diego Martín

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8 de diciembre de 2007

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Celebrábamos el día 8 la fiesta de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta es el exponente más grande de lo que es el triunfo del bien sobre el mal. María fue la llena de gracia, no tuvo ni la más mínima picadura de pecado. En ella todo es plenitud de vida y por tanto de esperanza. Ella es la Madre de la Esperanza.

El Papa Benedicto acaba de hacer pública su segunda Encíclica titulada “Salvados por la Esperanza”. En estos días, de la mano de la Virgen María, queremos reflexionar sobre la virtud de la esperanza.

Los que estuvimos en Roma, en la beatificación de D. Fortunato, tuvimos la suerte de visitar los Museos del Vaticano. En un patio pudimos contemplar una gran esfera, representando la imagen de mundo roto, desquebrajado. Ella es a su vez copia de la que está en Nueva York en Naciones Unidas.

Ciertamente esta esfera quiere ser espejo de cómo nuestro aparece muchas veces nuestro mundo, un mundo roto y resquebrajado. Está lleno de hambres, guerras, violencias, terrorismo, mujeres apaleadas, niños abandonados, familias rotas, abortos criminales… ¿Para qué seguir? ¿Hay esperanza en nuestro mundo?

El Papa nos dice en las primeras páginas de la Encíclica que Jesús nos ofrece la salvación. Nos ofrece la salvación en el sentido en que nos da una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar con firmeza nuestro presente. Aunque este presente sea fatigoso, oscuro, lleno de sufrimiento, se puede vivir y aceptar porque él nos lleva a una meta. Esta meta es tan grande que justifica todo esfuerzo en el camino.

El distintivo de los cristianos, nos dice el Papa, es el hecho de que nosotros estamos seguros de tener futuro. Sabemos que nuestra vida no acaba en el vacío ni en la nada. La puerta oscura del tiempo ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive la vida de otra manera a los que no la tienen. La esperanza nos hace que vivamos por tanto una vida nueva.

La Encíclica finaliza con una invocación a la Virgen. El reino de Dios comenzó en aquella hora en que la Virgen dijo Si. Y este reino ya no tendrá fin. Por eso María permanece con los discípulos como Madre suya, como Madre de la Esperanza. Y termina el Papa con estas palabras: “Santa María, Madre de Dios, madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino del reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”.