+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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1 de febrero de 2009

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]anos Unidas celebra este año la campaña número cincuenta. En el año 1955 las mujeres de Acción Católica habían lanzado un manifiesto memorable.

“Nostras, mujeres del mundo entero, llamadas por la naturaleza a dar vida, protegerla y alimentarla, no podemos aceptar por más tiempo que las fronteras del hambre se inscriban en nuestro globo con trazos de muerte… Mujeres católicas, llamadas por Jesucristo para dar testimonio de un amor universal y efectivo por la familia humana, no podemos resignarnos al hecho de que la mitad de la humanidad sufra hambre. No queremos que se den soluciones perezosas y criminales a este trágico problema: la guerra, la limitación de la natalidad, son soluciones falsas, solucione ineficaces, soluciones de muerte. Sabemos y queremos que se sepa que existen soluciones de vida, y que si la conciencia mundial reacciona, dentro de algunas generaciones las fronteras del hambre habrán desaparecido…Un solo obstáculo en la lucha contra el hambre sería insuperable: creer la victoria imposible. Ahora bien, todas unidas y en conexión con todos aquellos que se consagran a la misma tarea, podemos mucho más de lo que creemos. No se necesita más para acometer la empresa. Declaramos la guerra al hambre”.

Inmediatamente se pusieron manos a la obra. A lo largo de estos cincuenta años Manos Unidas se ha ido convirtiendo a base de su buen hacer y eficacia en una de las organizaciones más fuertes, solventes y creíbles de nuestra Iglesia española.

Vivimos en un mundo en que el problema no es la falta de alimentos, de dinero o de medios técnicos para acabar con el hambre. La paradoja es que el mundo actual produce muchos más alimentos que los necesarios para satisfacer las necesidades de todos sus habitantes. Según el Director de la FAO, en el actual desarrollo, la producción agrícola podría alimentar sin problema al doble de la población mundial actual. Es, pues, problema ético, de conciencia social y de bien común. Es un problema evitable.

El hambre, que castiga a más de ochocientos cincuenta millones de personas, de los que el 70% son mujeres, concentradas sobre todo en el África subsahariana y en el sur de Asia, tiene sumido al mundo en una guerra oculta y larvada , pero real. Se habla de más de veinte millones de muertes al año causadas por la miseria y el hambre, el doble o el triple de las personas que morían anualmente en la segunda Guerra Mundial, incluido el holocausto nazi. El Concilio Vaticano II, haciendo suya la frase de los santos Padres, decía; “alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas”.

La causa de esta situación, que los Premios Nobel calificaron de “holocausto” en su famoso manifiesto, firmado en su origen por 52 premiados, al que se han sumado luego más de cien adhesiones, es, según estos sabios, fundamentalmente política.

Manos Unidas viene, desde hace cincuenta años, ayudándonos a tomar conciencia de este escándalo y, simultáneamente a denunciar incansablemente las estructuras generadoras de injusticias, así como y nuestros hábitos de consumismo insolidario, a presentar con claridad las causas de las condiciones de vida inhumana de los pobres del Sur, a anunciar y promover, a través de miles de proyectos de desarrollo, la justicia que merecen por el hecho de ser hombres. De entre los ocho objetivos señalados por la ONU para el Milenio para su consecución en el 2015, Manos Unidas ha hecho suyo, para el 2009, el primero de ellos: “Erradicar la pobreza extrema y el hambre”. Para ello nos invita a unir las más manos posibles, las manos y los corazones.

La perseverancia y tesón en la tarea, su capacidad de convicción, han hecho de Manos Unidas y de su Campaña contra el Hambre no sólo una organización, sino un movimiento que involucra a toda la Iglesia y a buena parte de la sociedad española. Ahí están sus 71 delegaciones, sus publicaciones, sus catequesis para niños, jóvenes y adultos, las unidades didácticas para el mundo escolar. Y ahí está los miles de voluntarios que han encontrado en esta lucha una manera solidaria de dar sentido a su vida.

Una cierta filosofía dominante pensó que había que expulsar a Dios del mundo como enemigo del progreso. Y así, Dios y su mandato de fraternidad universal fueron sustituidos por una nueva idea del hombre independiente y libre, dueño absoluto de su vida, de su destino y del mundo. De hecho nuestra sociedades occidentales han optado por el “dios dinero”, cuyos frutos son el egoísmo, la avaricia, el consumismo y la acumulación de dinero como medio para consumir todo lo que se pueda y cuanto antes mejor. Ello ha derivado en una concepción de desarrollo puramente material y lo más rápido posible, que no tiene en cuenta ni que los recursos del planeta son limitados, ni que éste no pude soportarlo todo. La actual crisis económica, provocada en buena parte por un afán descontrolado de ganancia y consumismo manifiesta la realidad de una economía y de un desarrollo que no están al servicio del hombre y de todos los hombres. Se trata de una crisis grave, que repercutirá, como siempre y con especial dureza, en los más pobres. Y, sin embargo, una crisis que a Manos Unidas le parece de juguete si se compara con la crisis de los más pobres, de los mil millones que viven con un dólar al día.

Manos Unidas, como organización de la Iglesia católica que es, encontró desde sus orígenes la raíz de su compromiso y la fuerza para su dinamismo en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Desde esa misma fe, con profundo respeto para todas las convicciones, nos invitan a sumarnos, un año más a la Campaña. Para avivar la sensibilidad y atizar la solidaridad con los que pasan hambre nos invitan a entrar en campaña haciendo un día de ayuno voluntario.

Desde estas convicciones compartidas, con profunda gratitud para nuestra Delegación de Manos Unidas y para todos sus voluntarios, invito a todos los diocesanos a secundar la Campaña.