+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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11 de febrero de 2012
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Aunque “Manos Unidas” es bien conocida entre nosotros, me complace recordar, una vez más, que es la Organización de la Iglesia Católica para el Desarrollo. Una organización compuesta fundamentalmente por seglares. Nació como un grito de rebelión, proferido por las mujeres de Acción Católica hace más de cincuenta años, contra esa llaga sangrante en el cuerpo de la humanidad que son el hambre y el subdesarrollo. Está presente en todo el territorio nacional a través de sus 71 Delegaciones Diocesanas y de los miles de voluntarias y voluntarios que siguen siendo el eco agrandado de aquel grito: ¡grito de rebeldía que nace de un amor muy grande!
La clara identidad católica de Manos Unidas no sólo no es obstáculo, sino estímulo, para actuar sin hacer discriminación por razón de sexo, raza, cultura o religión.
Cuando parece que hay organizaciones que, junto a sus fines seguramente admirables, se han convertido en un modo de vida para sus dirigentes, puedo asegurarles que Manos Unidas, que está compuesta por voluntarios, puede gloriarse de ser una de las organizaciones más trasparentes en su administración y con menos gastos de organización.
Ante el problema sangrante de la pobreza en el mundo, Manos Unidas ha promovido y sigue promoviendo miles de proyectos en el ámbito de la agricultura, en la educación y capacitación de la población infantil y adulta, en la dignificación de la condición de la mujer y su preparación para la vida familiar y profesional, en la mejora de la salud y en la prevención de enfermedades, en la promoción y responsabilización de las comunidades nativas a fin de conseguir una mayor calidad de vida.
Junto a la anterior tarea de vanguardia, Manos Unida realiza otra tarea importante y fundamental en retaguardia. Sabe que muchos de los males de los países pobres tienen, muy frecuentemente, su origen en los mecanismos de producción y en las estructuras injustas de los países ricos. Por eso, simultáneamente, lleva una acción sensibilizadora, instándonos a promover, frente a una globalización, muchas veces excluyente, la globalización de la solidaridad. Mediante sus campañas educativas, pretende despertar en nosotros una conciencia crítica, nos ayuda a ver el mundo de la pobreza y a situarnos ante el mismo con ojos nuevos y corazón nuevo, nos invita a cambiar de vida. No ignoramos la grave crisis que está golpeando a muchos de nuestros conciudadanos.
Todo lo que hagamos en favor de ellos será poco. Hay familias que no saben qué darán de comer mañana sus hijos, pero la nuestra es, en general, una crisis de países ricos a los que se pide un ejercicio de austeridad. Lo que Manos Unida nos invita a contemplar hoy es una crisis crónica de pura subsistencia, incomparablemente más dura.
Desde el primer momento, Manos Unidas se incorporó e hizo suyos los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio marcados por la ONU. Tres de estos objetivos se centraban en la salud: Reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna y combatir el Sida, la malaria, la tuberculosis y otras enfermedades. Dentro de tres años termina el plazo señalado para cumplir los objetivos. Ha habido algunos avances, pero insuficientes; ha faltado voluntad en los gobiernos para convertir los objetivos comprometidos en prioridad política y actuar en consecuencia.
La salud, desgraciadamente, no es un derecho del que todos pueden disfrutar. Enfermedades, ya hace mucho tiempo erradicadas en los países desarrollados, siguen azotando en los países pobres con cifras que escuecen: De los más de 33 millones de personas infectadas por VIH, 22,6 millones están en África y el 60% son mujeres. En 2009 hubo 225 millones de casos de paludismo, que causaron cerca de un millón de muertes (en África cada 45 segundos muere un niño por esta causa). Según la Organización Mundial de la Salud, un tercio de la población de los países pobres, con la India a la cabeza, está afectada por la tuberculosis (Según la citada fuente, el año 2008 murieron unos dos millones de personas por esta causa, y otros 10 millones contrajeron la enfermedad). Parece que tuviéramos que acostumbrarnos a la fatalidad de que haya enfermedades de ricos y enfermedades de pobres.
Además de las citadas, existen “otras enfermedades” contagiosas (enfermedad de Chagas, dengue, enfermedad del sueño, etc…) de las que ni la comunidad internacional, ni los gobiernos se ocupan, como tampoco lo hacen, por no ser económicamente rentable, los laboratorios farmacéuticos.
Manos Unidas apoya y acompaña numerosos proyectos de desarrollo sanitario basados en una visión integral de la promoción de la salud, conscientes, como dice el editorial de la revista, de que sólo así se puede defender realmente a las personas, cuya dignidad sagrada no disminuye por el hecho de estar enfermas. Sus objetivos no son sólo erradicar las consecuencias, sino, sobre todo, erradicar las causas: la miseria, la ignorancia, la discriminación sexual, la explotación laboral, la trivialización de la vida, de la sexualidad y del matrimonio.
Conseguir una buena salud para todos es una obligación de los poderes públicos, pero es también responsabilidad de todos. Todo ser humano nos importa; todo hombre es nuestro hermano, es hijo de Dios. Por eso, Manos Unidas nos invita a unir también las nuestras para hacernos compañeros de camino, buenos samaritanos de tantas personas enfermas en tantos lugares del mundo, especialmente en los sitios más olvidados.
El cartel de la Campaña de Manos Unidas es un fonendoscopio en que resuenan los latidos de este mundo enfermo. Los auriculares componen con sus arcos un corazón que escucha. Todo, acompañado del lema. “La salud, derecho de todos”. Escuchemosel grito de este mundo enfermo y unamos nuestras manos para hacer posible esa ayuda que levanta, que alimenta, que cura y acaricia. Unamos también nuestras voces para clamar por un mundo más justo y para todos. Manos Unidas, promoviendo con inteligencia miles de proyectos, hace rendir nuestros granos de solidaridad al ciento por uno. Sólo globalizando la solidaridad, como nos pedía el Beato Juan Pablo II, podremos ser esperanza para los pobres.