+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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10 de febrero de 2018
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos diocesanos:
Manos Unidas nos presenta en estos días, con el empeño y la ilusión de siempre, su anual Campaña contra el Hambre, que os invito a secundar con toda generosidad a todos los diocesanos.
¡Gracias al incansable voluntariado de Manos Unidas, que, invulnerable al desaliento, sigue sacudiendo, año tras año, nuestras conciencias ante la realidad dramática de tantos hermanos nuestros que, en el siglo XXI, siguen careciendo de lo más elemental para vivir con un mínimo de dignidad!
Después de tantos años de lucha y de los importantes logros conseguidos, el año pasado se cerró con unas cifras muy negativas. Según datos de la FAO, las personas en situación de hambre habían aumentado hasta los 815 millones; casi 40 millones más que en las estimaciones revisadas para 2015. Sabemos que los efectos del cambio climático y de los conflictos bélicos, principales causas apuntadas, tienen siempre un impacto especial entre los más empobrecidos.
Manos Unidas no se cansa de repetirnos que el hambre no es una fatalidad, sino la consecuencia de estructuras, relaciones y comportamientos que generan desigualdad y exclusión. Pensar que se trata de una situación inevitable es como si el hombre dimitiera de su misión de protagonista de la historia. Hay que reconocer que si hay situaciones que son solucionables, pero que no se solucionan, es que somos moralmente culpables.
Los bienes de la tierra están destinados por Dios para todos los hombres; pero el egoísmo y la avaricia de unos, la complicidad de quienes lo permiten y la indiferencia de tantos que, tal vez, nos crucemos de brazos, da lugar a que mientras unos disfrutan abundantemente de todo, otros muchos carezcan de lo más imprescindible.
Así esta nuestro mundo. Pero Manos Unidas sigue plantándole cara al hambre. En el año 2016 nos invitaba a sembrar semillas que hicieran crecer una vida más justa y fraterna. El año pasado apelaba al compromiso personal, porque sobran bienes, pero faltan corazones comprometidos contra la insolidaridad y la injusticia. “Plántale cara al hambre:Comparte lo que importa”, es el lema de la campaña que cierra este trienio.
Manos Unidas ha acogido con entusiasmo las palabras del papa Francisco ante la FAO, en el pasado Día Mundial de la Alimentación: “Estamos llamados, dice el Papa, a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo, que, en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos con decir ‘otro lo hará’”.
Por eso, Manos Unidas, dando un paso más, quiere compartir, desde la racionalidad, propuestas alternativas y experiencias concretas de cambio, que aunque sean muy modestas, acreditan, que es posible una realidad distinta:
– frente a un mercado basado en la especulación y no en el bien común, son posibles otras formas de producción y consumo;
– frente a un tipo de producción agrícola insostenible en muchos lugares, se puede educar y formar con éxito para la sostenibilidad y la producción sostenible
– frente al consumismo en que nuestras sociedades se ven insertas, que, como dijo también ante la FAO el papa Francisco, nos ha acostumbrado a lo superfluo y al desperdicio cotidiano…. nos hará bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, del que tiene hambre”. “El contexto hedonista en que vivimos los países desarrollados lleva al hombre a centrarse en la realización emocional de sí mismo, aniquila las utopías de transformación social y la disposición a los compromisos permanentes”, nos dicen los analistas sociales.
Por otra parte, la alta dosis de dramas cotidianos que ingerimos, anestesia nuestra capacidad de discernimiento y respuesta. Manos Unidas lo sabe. Y sabe, desde su experiencia de fe, que hacer un mundo justo, solidario y fraterno no se logra sólo con un convencimiento teórico, con ser esto importante. Reconocer afectiva y efectivamente al otro como hermano exige un cambio del propio corazón, que sólo es posible cuando el amor se recibe como un regalo de Áquel que es Amor. Acogiendo el amor como don, podemos hacernos don de amor para los demás. Por eso, Manos Unidas, al promover cada año la campaña, no se olvida de invitarnos a la oración y al ayuno. Ese es uno de los secretos de su eficacia. El ayuno nos hace solidarios con el pobre; la oración, si es verdadera, nos cambia el corazón.
Invito a los sacerdotes, catequistas, profesores e instituciones diocesanas en general a poner el mejor empeño en la campaña de Manos Unidas. La colecta que se realizará hoy, 11 de febrero, en todos los templos de la diócesis se entregará a la Delegación de Manos Unidas.
Secundando la llamada de las voluntarias y voluntarios de Manos Unidas, cuya generosidad y empeño agradecemos, unamos nuestras manos y nuestros corazones en esta Campaña del año 2018.