Francisco San José Palomar
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14 de noviembre de 2020
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l final del Año Litúrgico está próximo y la pedagogía maternal de la Iglesia nos conduce a reflexionar hoy sobre las cualidades o aptitudes que Dios nos concedió para ver qué uso hemos hecho de ellas durante nuestra vida.
El Libro de los Proverbios nos muestra a una mujer ejemplo de cómo debemos ser y actuar. ¡Maravilla de mujer! Es habilidosay se emplea a fondo en trabajar, para llevar la casa adelante; es caritativa,pues abre sus manos al necesitado y además profundamente religiosa, temerosa de Dios. ¡Así hay tantas! de ellas actualmente entre nosotros, incansables, cuidadoras de sus hogares, trabajadoras en las parroquias y asociaciones y ejemplos vivos de sincera piedad y amor a Dios nuestro Padre.
La parábola del evangelio de Mateo va en la misma dirección. Le agradan las personas trabajadoras que descubren la bondad de Dios en su vida y hacen fructificar los dones recibidos. Dios les dice: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. En cambio, al holgazán miedoso le reprocha no haber fructificado y ordena: “Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez”.
Con el “don de la vida” todos recibimos unos talentos, Dios nos dota de unas aptitudes o cualidades, que son diferentes en cada uno de nosotros, pero que debemos cultivar y desarrollar en gloria suya y en beneficio de los hermanos.Lo decisivo es trabajar y rentabilizar el o los talentos recibidos, y lo peor que podemos hacer es esconderlos y tenerlos inactivos.
En este tiempo de Coronavirus también debemos vivir solícitos y ser útilesdesde nuestros hogares o lugares de trabajo. Respondamos a las llamadas de cooperación que nos vengan y prestemos generosa atención, sobre todo, a las familias en situación de pobreza, pues “Nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios”. (H. V. Balthasar)