Santiago Bermejo Martín
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30 de julio de 2022
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-Mira qué bien se llevan todos en esa familia. Se les ve muy unidos.
-Tú espera, que aún no han “partío”.
Este diálogo, o parecido, lo he oído más de una vez en Villarrobledo. Quizá sea conocido en más sitios. Forma parte de la sabiduría y de la experiencia popular: el hecho de repartir una herencia es un momento clave para ver lo mejor (generosidad, tolerancia, capacidad de diálogo, …) o lo peor de cada uno (avaricia, egoísmo, ambición, …).
Jesús aprovecha que lo buscan como mediador entre dos hermanos para transmitir su mensaje y salir al paso de un tema muy importante en la vida de las personas: la actitud ante los bienes materiales. Cuenta la parábola del “rico necio” para que los protagonistas, la gente y los discípulos comprendan los peligros del apego excesivo a las riquezas: rupturas familiares, polarizar nuestra atención en las cuestiones materiales, olvido de Dios y falta de sentido para la propia existencia. No se trata de “vivir para tener”, sino de “tener para vivir”.
“No se puede servir a Dios y al dinero”. Jesús desea transmitir a los que le escuchan una verdad palpable, pero que sólo capta quien se para a pensar un poco: los bienes de este mundo son pasajeros y no dan la felicidad. Sólo merece la pena luchar por lo que es para siempre. No tiene sentido dejar que lo material se convierta en el amo de nuestra vida y a ello dediquemos nuestro esfuerzo, nuestras energías, nuestro tiempo…. Muchas veces la frustración y la depresión tienen que ver con unas aspiraciones materiales desmesuradas y no alcanzadas. Revisemos cuáles son nuestras expectativas en la vida.
Comprendemos ahora la insistencia de san Pablo en la Carta a los colosenses (2ª lectura de hoy): “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. Es un paso hacia nuestra libertad, un camino abierto hacia Dios.
Conocemos la radicalidad de la propuesta de Jesús (“vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme”) y también la dificultad real de cumplir con esta exigencia. Cuando se fueron formando las primeras comunidades cristianas se empezaron a ver las diferencias socioeconómicas entre unos y otros. La experiencia del día a día deja claro que es prácticamente imposible que todo el que se hace cristiano renuncie por completo a sus bienes. También san Pablo vivió este problema en sus comunidades y tuvo que afrontarlo.
La clave está en tener unos valores que nos ayuden a evitar el apego compulsivo, patológico a las riquezas, y tener la capacidad de pensar en las necesidades de los demás y ser capaz de compartir con generosidad. Esos comportamientos nos ayudan a responder existencialmente a la pregunta que deja en el aire el último versículo del pasaje de hoy: ¿Qué es ser RICO ANTE DIOS?
“¡Necio!” es el calificativo que usa el mismo Dios en la parábola para referirse al protagonista, que -ante el “problema” de no tener dónde almacenar su abundante cosecha- hace todos sus cálculos sin pensar en ningún momento en una solución que tenga que ver con valores éticos, religiosos, ni con las necesidades del prójimo. La idea de compartir no se le pasa por la cabeza, sólo la de acumular.
Si ponemos en positivo todo esto, ya tenemos una pista para saber cómo ser RICO ANTE DIOS: se trata de pensar en los demás, de mirar la realidad de tal modo que seamos conscientes de lo que otros pueden necesitar de mí. Soy rico ante Dios cuando cultivo en mí y transmito a los demás valores como la sensibilidad, la generosidad, la escucha, la valentía de acercarme a quien quizá me complique la vida con sus problemas, ….
Ser rico ante Dios significa también ser consciente de que no sé cuánto me queda de vida, de que mi existencia está en sus manos. Sin ánimo de asustarnos, Jesús nos lo recuerda muchas veces (los que fueron aplastados por la torre de Siloé) y la realidad que vivimos lo confirma. Sabemos que la muerte puede presentarse en unos segundos: accidentes, infartos, ahogamientos, desastres naturales, …
Soy rico ante Dios cuando soy capaz de decirle con todo mi corazón: “Señor, Tú eres mi riqueza”.
Santiago Bermejo Martín
Párroco de San Sebastián de Villarrobledo