Manuel de Diego Martín
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27 de febrero de 2010
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Hay cosas que sabes que existen y que son muy graves, pero que quedan en el inconsciente como una de esas monstruosidades que se dan entre los mortales y que te olvidas de ellas. Una de estas realidades es el tema de “los niños de la guerra”. Tal vez por eso que de niños todos hemos pretendido jugar a la guerra, aquí, aunque sea de verdad, no nos parece tan grave.
El domingo pasado asistí a una charla organizada por la Delegación de Misiones con este tema: “Los niños de la guerra”. El ponente era el P. Chema, misionero javeriano, que ha pasado largos años en Sierra Leona, intentando recuperar a esas pobres criaturas que un día fueron atrapadas por los rebeldes y obligados a hacer la guerra.
Nos relataba el misionero que una vez acabada la guerra, en medio de una precaria paz, intentaban recoger a aquellos niños y niñas que no habían muerto en ella. Pero los supervivientes también habían sido matados en su alma. Nos contaba cómo, después de rescatar a los chiquillos a base de pagar sacos de arroz a los rebeldes, les era casi imposible hacerles volver a vivir una vida normal. Pues con un refinado salvajismo habían machacado sus sentimientos, sus afectos, su corazón. Los habían convertido en ciegas máquinas con el único objetivo de matar. Mientras unos se perdían para siempre en la deshumanización total, alcoholismo, droga, prostitución, conseguían que otros llegasen a ser hombres y mujeres de bien. Con el acompañamiento y el cariño de la misión lograban iniciarles en una vida casi normal e integrarles de nuevo en su entorno familiar.
Lo que nos produjo a los asistentes escalofríos mientras relataba los hechos, era recordarnos que la causa de esta barbarie radicaba en la voracidad de terceros países de occidente que quieren controlar aquellas codiciadas mercancías como son los diamantes, el oro, el gas natural o el petróleo…
Otro puñetazo a la conciencia y al corazón nos la dio el Misionero, cuando con datos fehacientes y estadísticas actualizadas nos hizo comprender que otra de las causas era el tráfico de armas. Hay muchos interesados en vender armas, y hasta las preparan para que niños de diez años también las puedan manejar. Nos dejó el conferenciante clavados al decirnos que España es uno de los países que más armas vende a estas gentes, y que el comercio va en auge. ¡Dios, mío! Qué contradicción que un país cuyos dirigentes presumen de pacifistas y del “no a la guerra” luego vendan armas a troche y moche para que hagan la guerra hasta los niños. En el ambiente quedó la pregunta ¿Ante esto, qué podemos hacer? Pues naturalmente, primero tomar conciencia, y después organizarse en grupos de opinión para presionar ante los Estados y Gobiernos para evitar que se produzcan tales desmadres.