Manuel de Diego Martín

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17 de agosto de 2013

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No voy a hablar del conflicto de Gibraltar, para ello maestros tiene nuestra sociedad española. Mi reflexión hoy va sobre ese montón de pateras llegadas de África que a través del Estrecho quieren llegar a Europa. Esta semana ha aumentado espectacularmente el número de inmigrantes que han entrado en España, algunos de ellos, como Moisés salvados de las aguas. Gracias a Dios no hay que lamentar víctimas y gracias a la solidaridad de tanta gente unos y otros van encontrando un lugar de salvación.

Pero, ¿Qué salvación es esta? Sufrir y sufrir. Y también hacernos sufrir a todos los demás. Desde el viaje del Papa a la isla de Lampedusa, trampolín para saltar a Europa, en la que muchos cayeron en el intento, somos mucho más sensibles a este problema y por tanto más acogedores. Y también, como nos dice el Papa, lloramos por los que quedaron sepultados en el mar.

¿Qué podemos hacer ante todo esto? ¿No es, a su vez, este un problema que nos sobrepasa? En primer lugar, vienen en embarcaciones hinchables, tan frágiles que se las pueden llevar las olas. Por otra parte, en medio de la crisis que perdura, no hay trabajo ni para nosotros ni para ellos. En tercer lugar nos dicen que los lugares de acogida están desbordados. ¿Qué queda? La calle.

Cada día, al salir de mi casa, me encuentro alrededor de mi parroquia, montón de rumanos, magrebíes, subsaharianos, también españoles, sentados en los bancos, con la botella en la mano. Así horas y horas. Y me digo, pobre España que tiene que hacer frente a todos los gastos. Por otra parte veo como cada día se van deteriorando humanamente. El jueves contemplábamos a la Virgen María, mujer en plenitud en el cielo. A esa plenitud estamos llamados todos, no a esta ruina humana.

Entonces ¿qué solución queda para ellos? La solidaridad internacional, que ni los rumanos, ni los africanos, ni nadie tengan que dejar sus tierras, que todos encuentren en ellas pan y trabajo. Que no haya gobiernos corruptos, ni guerras fratricidas. Como propuso Benedicto XVI en “Caritas in Veritate” que haya una autoridad mundial para conseguir que todos los pueblos vivan en paz y convivencia.