Manuel de Diego Martín
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24 de noviembre de 2007
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El otro día llegaron a la parroquia dos muchachos de unos veinte años preguntando por el párroco. Al ver su pinta e indumentaria, me dije a mí mismo: ¡ojo! estos no vienen a rezar o a apuntarse a los grupos de confirmación. En cuanto me presenté ante ellos diciendo que en que podía servirles, enseguida me espeta uno de ellos. “Vengo a que me borre del libro de bautismos, pues a mí me bautizaron en esta parroquia y yo no quiero ser cristiano”. Le hice comprender que yo no podía borrarle del libro. Lo que yo sí podría hacer es darle un certificado de esa apostasía que tal como me decía quería hacer, y poner alguna nota marginal haciéndolo constar en el libro de actas del bautismo. Pero tenía que manifestar delante de testigos esta su voluntad de no querer ser cristiano. Esto al muchacho le pareció muy bien, de tal manera que el chaval que venía tan bravucón, al final reconoció que llevaba razón, que si fue bautizado no se podía borrar del libro, pues las cosas son como son.
Estos días se ha aireado y denunciado en los medios de comunicación la trampa que llevan muchos libros de texto en los que se borran, se manipulan o tergiversan ciertos hechos de la historia que no gustan a los nacionalistas o a determinadas regiones. Es decir, se está haciendo una historia a la carta. Esto cojo, esto dejo, según me convenga o guste. Esto es lo más diametralmente opuesto a la historia, a lo que siempre hemos conocido como rigor histórico.
Llegará un día en que los niños y jóvenes catalanes tendrán en su mente una historia, los vascos otra distinta, y cada región la suya. Cada región tendrá su historia. Tantas regiones, tantas historias diferentes sobre los mismos hechos. ¡Qué disparate!
Vuelvo a lo del chico que quería borrar su acta de bautismo. No se puede borrar lo que sucedió, las cosas deben aparecer tal como fueron. Así pues hay que enseñar a los chicos las historia en toda su rigurosidad histórica, valga la redundancia. Las interpretaciones habrá que dejarlas para más tarde. Lo otro sería un atropello a lo que debe ser la historia, la verdadera historia tal como siempre la hemos entendido.