Manuel de Diego Martín

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19 de enero de 2008

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Días pasados ocurrió en Hellín un horrible crimen. En una reyerta nocturna un muchacho era apuñalado de una manera tremendamente cruel, a juzgar por estado en que quedó el herido que murió poco después. Nadie se explica este caso ni esta disparatada crueldad. Según las noticias, los presuntos homicidas tenían antecedentes penales.

El muchacho era feligrés de mi parroquia. Me faltaban palabras en el velatorio para poder consolar a su desolada madre. En medio del silencio, quien más hablaba era una abuelita que nos comentaba que si estas cosas pasaban era porque el mundo estaba muy mal. Ella misma nos decía que a sus nietos les recordaba constantemente que fueran buenos, que fueran trabajadores, que respetasen a todo el mundo, que no se metieran en cosas malas, que fueran religiosos y que vayan a misa.

Ante estas palabras otra buena mujer hizo su comentario para replicar un poquito a la primera. Nos decía que si uno lleva el mal dentro, ya puedes decir lo que quieras. Ni que les des consejos, ni que sean religiosos, ni que vayan a misa, nada sirve de nada. El que es malo, siempre es malo. Me mira a mí y me dice que los curas van a misa y los hay bien malos ¿no es verdad? Ante su interpelación no me quedó más que hacer una humilde réplica diciéndole que llevaba razón, efectivamente hay curas malos, pero no se puede negar, puesto que también es verdad que la religión, el amor y el temor de Dios nos ayuda mucho a ser mejores. La misa nos recuerda cada día que tenemos que ser buenos con todos nuestros semejantes. Parece que mis palabras, dichas con cierto temor, fueron bien acogidas por los allí presentes.

Después de tener este diálogo en el Tanatorio, rezando el oficio de lecturas en mi Parroquia me encuentro con unas reflexiones de S. Basilio, un obispo del siglo IV que me ayudó a profundizar más en el tema en cuestión. Este santo viene a decirnos que lo que Dios ha puesto en nuestro interior es el deseo de ser buenos, el deseo de amar, de hacer el bien. Este deseo es como una semilla sembrada en nuestro corazón. Pero para que esta crezca hay que cultivarla en la escuela de los mandamientos divinos. Si no lo hacemos, aunque tengamos una semilla buena, podemos estropearla y coger un camino errado y hacer el mal.

En una palabra, me quedo con los buenos consejos que la abuelita da a sus nietos: “hijos míos, sed religiosos, no os apartéis del camino de Dios, que El puede ayudaros a ser buenos”. Tenemos un recuerdo en primer lugar para el desafortunado muchacho, y pedimos que la misericordia de Dios lo acoja en sus brazos. Y también pedimos un rayo de luz para todos aquellos que han llegado a la monstruosidad de perder hasta tal punto el respeto a la vida humana que son capaces de destruirla tan vilmente. Que el Señor les haga entrar en razones para encontrar el buen camino.