Manuel de Diego Martín

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7 de marzo de 2015

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Estos días pasados el Departamento Fe-Cultura de la diócesis de Albacete ha expuesto en la Catedral una colección de paneles en los que se muestra el sufrimiento, las torturas y la muerte que están sufriendo hoy muchos cristianos del Oriente Medio por el grupo terrorista Alkaeda y ahora, sobre todo, por el Califato Islámico.

Además de los paneles se están impartiendo conferencias por parte de un cristiano polaco, que es miembro de la fundación pontificia de Ayuda a la Iglesia necesitada. Tuve la suerte de asistir el lunes pasado a una de esas conferencias que se celebró en los salones de la parroquia de S. José y quedé ciertamente consternado, abatido ante tanta maldad humana. Señor, me preguntaba, ¿cómo es posible que haya tanto salvajismo entre los seres humanos? Y yo mismo me daba la respuesta, si nuestro Señor Jesús fue clavado en una cruz, ya podemos ver lo que los pobres mortales somos capaces de dar de sí.

El ponente ha recorrido como exigencia de su responsabilidad dentro de la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada diferentes países. Nos dio una panorámica de cómo está la situación en Arabia Saudí, en Pakistán, en Egipto, en Centro África, y se extendió más en lo que está pasando ahora en Irak y en Siria. Lo que está ocurriendo ahora tendría que ser primera página en todos los rotativos de cada día. Pero la triste realidad es que solamente hay conmoción internacional cuando matan a periodistas en París o en Dinamarca. Da pena que el hecho de que maten cristianos a centenares por aquí o por allá apenas sea noticia. ¿Es que no vale lo mismo la vida de todos los hombres? ¿Por qué ante tantos horrores como se están cometiendo, los líderes del mundo siguen sin reaccionar? ¿Qué intereses hay ocultos para que no haya reacciones más comprometidas?

Me impresionó cuando el conferenciante nos relataba la firmeza, el tesón, la valentía con la que los cristianos afrontaban el destierro, la tortura o la muerte. Y nos piden que recemos por ellos para que sean fieles hasta el final. También nos decía cómo ellos, estos pobres cristianos sentenciados a morir, también rezan por nosotros, para que los pueblos de la abundancia y el consumo, no pierdan su fe, pues quedarse sin fe es perderlo todo. A ellos les podrán quitar todo, pero mientras tengan fe en el Crucificado vivirán y morirán de pie.

Esta conferencia me hizo recordar el Diario que hace muchos años leí de una monja de Polonia en la que contaba cómo en su comunidad aquella noche habían orado por España, lo que allí estaban sufriendo los cristianos. Esta monja más tarde sería declarada santa, Santa Faustina Kowalska por S. Juan Pablo II. Es admirable ver que en aquellos tiempos, el año 1936, en que los medios de comunicación eran tan limitados, hasta un convento de clausura llegaba el clamor de nuestros sufrimientos. Hoy que tenemos tantos medios ¿Vamos a silenciar lo que está pasando a hermanos nuestros cristianos, condenados a ser liquidados? De ninguna manera. Vamos a rezar por ellos, y en lo que podamos, les vamos a enviar ayudas para que puedan sobrevivir.