Manuel de Diego Martín
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9 de noviembre de 2013
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Esta semana pasado llegaron a nuestra ciudad los primeros fríos invernales y junto al frío de la calle me llegó el frío al corazón, al sentir el drama que se avecina a tanta gente con la llegada de invierno.
Todos los días llegan a mi parroquia hombres y mujeres que al tercer día tienen que abandonar el Albergue Municipal, según reglamento. Me piden que les pague el viaje de acá o de allá. Yo les digo que no puedo pagar el viaje a todo el mundo. Y me atrevo a añadir: comida tenéis en la Institución Benéfica del Sdo. Corazón (Cotolengo). Para dormir es verdad que no hay nada. Bueno, ahora que todavía hace buen tiempo, por ahí podréis encontrar algún lugar para recogeros. Ya se sabe, estos lugares son cajeros, casas viejas o naves industriales abandonadas.
Yo me pregunto, ¿El Ayuntamiento no podría ofrecer algo para que así como todo el mundo tiene comida gracias a unas religiosas pobres que cuentan con la ayuda y generosidad de tanta gente buena, también pudieran tener una camita y recogerse del frío mientras llega algo mejor?
En nuestra ciudad hay muchas casas vacías. Por si acaso sirve de algo os cuento lo que recientemente ha hecho un amigo mío. Tenía una casa alquilada, al quedarse sin inquilino, se cuestionó: ¿Cómo voy consentir tener esa casa cerrada y tanta gente durmiendo en la calle? En relación con las Hijas de la Caridad y sus asistentes sociales, ha conseguido que esta casa ahora esté habitada por tres africanos. Ellos aportarán lo que puedan y una pequeña asociación se hace cargo de lo demás. Estos chicos tienen que vivir en un reglamento muy estricto y deben participar en las tareas de inserción con un seguimiento diario. Es una manera de ofrecerles techo, un orden de vida, y sobre todo esperanza y dignidad.
Mi amigo con la casa cerrada no ganaba nada. Ahora con la casa abierta tampoco. Puede ser que algún día se lleve algún disgustillo cuando las cosas no vayan del todo como él quisiera, pues somos humanos. Pero lo que este hombre y toda su familia están disfrutando de ver a tres jóvenes en su casa, condenados a vivir de cualquier manera en la calle, es tanto que no hay dinero para pagarlo.
Dios quiera que llegue el día en que en Albacete haya menos casas cerradas porque los inquilinos de cajeros, casas viejas y naves abandonadas han encontrado un techo que les ofrece toda dignidad. Todo es posible, es cuestión de intentarlo. Si alguno quiere conocer mejor el proyecto solidario de mi amigo, lo puede ver en la página: derechoatecho.es