Llamados a la corresponsabilidad

Ante un evangelio tan referencial para los consagrados, por su enorme carga de contenido vocacional, como el que nos encontramos este domingo, conviene que nos detengamos en la motivación que impulsa a Jesús a llamar a los Doce para compartir con ellos la misión de apacentar a la multitud: la «solicitud pastoral».

El Señor se conmueve, compasivo, al ver a «las gentes extenuadas y abandonadas», y ni quiere ni puede arreglar la situación Él solo, con sus menas fuerzas (no lo olvidemos, las fuerzas de Dios humanado). De aquí nace la fundamental característica de la Iglesia que es la ministerialidad. En el “Credo largo» decimos creer en la Iglesia apostólica, que bien podríamos decir Iglesia ministerial.

Es necesario recordar, en contraste con el significado que se ha impuesto, más si cabe en este tiempo tan electoral, a la palabra ministro como mandatario, que en su origen se refiere al que sirve. Cristo no quiere otro modelo de Iglesia que aquél que componen los que sirven. Y no sólo, aunque obviamente también, los ministros ordenados, sean los sucesores de los Apóstoles (obispos) o sean sus colaboradores más cercanos (presbíteros y diáconos); sino también cualquier bautizado. Porque todos y cada uno, por razón de nuestro bautismo, somos llamados a la corresponsabilidad, esto es, a no dejar solo a Jesucristo en esa solicitud pastoral, y así, cada uno con nuestras virtudes, nuestros dones y carismas, colaborar con nuestro servicio, con nuestro ministerio, a esa misión que Cristo no ha querido llevar adelante sin nosotros.

El Papa Francisco, en algunas de sus reformas, subraya la ministerialidad de la Iglesia. Y el camino sinodal se fundamenta fuertemente en la corresponsabilidad.

Vemos que no son cosas nuevas, no son inventos del siglo XXI. En la primera llamada a los Apóstoles de alguna manera ya estaba contenida esa llamada al compromiso que todos los cristianos, cada uno desde su puesto, y según su realidad, debemos acoger y desarrollar.

Juan Iniesta Sáez
Vicario Zona Sierra