Fco. Javier Pla García

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1 de julio de 2023

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Cuando hemos comenzado a aligerar la ropa por el calor y las actividades laborales y pastorales por las vacaciones, el Evangelio de este domingo nos aparece con unas palabras duras que nos recuerdan que ser cristiano verdadero lleva consigo sus conflictos.

“El que quiere a su padre, o su madre, o sus hijos más que a mí, no es digno de mí. El que no carga con su cruz, no es digno de mí.” Esta manera de hablar de Jesús, impactante para interpelarnos, no está poniéndonos en la alternativa de elegir entre nuestra familia y Él, pero sí que nos está recordando el primer mandamiento: Amarás a Dios, sobre todo. Cumplir la voluntad de Dios y los vínculos familiares pueden, en ocasiones, entrar en conflicto. Habrá veces en que la fidelidad a Dios nos puede pedir estrechar esos vínculos, pero, en otras circunstancias, no deben de ser un obstáculo para ser fieles a Dios. El amor a la familia y a Jesús no se excluyen, pero hay veces que se oponen.

Nadie como Jesús ha defendido con tanta firmeza la institución familiar y la estabilidad del matrimonio, pero no son un absoluto. Para el cristiano lo único definitivo es Dios y todo, también la familia, se deben de poner al servicio de su proyecto del Reino de Dios y los valores de la gracia, la paz, la justicia y la fraternidad. Nada puede estar por encima del Evangelio, y hay ocasiones en que nuestra familia, o nuestra nación o nuestros intereses personales viven situaciones en las que se ha instalado el odio, el egoísmo o la injusticia. Pues bien, un seguidor de Jesús debe “abandonar” esas posturas familiares por muy de sangre o de cultura que sean. He conocido padres que han sabido acompañar a sus hijos cuando han cometido algún error grave en su vida, y tienen que hacerlo con todo el cariño y el apoyo que puedan, pero, no estaría bien, que, por ser mi hijo, yo fuera cómplice de ese error o hiciera algo deshonesto para taparlo. La familia no debe ser obstáculo para el Evangelio sino todo lo contrario, espacio de valores. ¿Mi familia es lugar de aprender la apertura Dios, el valor de la vida, del servicio y la solidaridad, o, por el contrario, es lugar que orienta al egoísmo, el individualismo y el materialismo?

Este mensaje de Jesús está dicho en el discurso que hace al enviar a sus discípulos a la misión. Lo debemos inscribir hoy en la necesidad de ser una Iglesia en salida, y la salida misionera exige no estar atado a lazos de sangre o de nación y, menos aún, de comodidad.  Todos los creyentes somos llamados a ser discípulos-misioneros y si queremos seguir a Jesús, sin aligerar el don y el compromiso, debemos renunciar a lo que en nosotros mismos y en lo de los nuestros nos impida hacer un seguimiento radical. Eso es “llevar la cruz” y escogerla con nuestra voluntad y libertad. Una religión con cruz nos hará gozar y sufrir, será consuelo y exigente, sentiremos su apoyo y sus exigencias. Pero sin cruz, por salvar el sufrimiento de la humanidad, no hay cristiano.

 

Fco. Javier Pla García
Párroco de la Purísima de Albacete