Manuel de Diego Martín
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14 de noviembre de 2009
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Ya hace unos cuantos años que un ilustre político ante el grito de una enfervorizada manifestación pidiendo “libertad, libertad” respondió: “libertad si, pero, ¿libertad para qué?”.
El pasado día 9 celebró en Berlín la gran fiesta de la libertad. Se conmemoraban los veinte años de la caída del muro de la vergüenza, del muro de Berlín. Fue un recuerdo gozoso y así lo celebraron los grandes líderes del mundo, sobre todo aquellos que más lucharon para que Europa fuese libre.
Así pues Europa comenzaba a ser libre. Se escapaba de la bota opresora del comunismo materialista y ateo, del comunismo liberticida y asesino. El papa Juan Pablo, el papa venido del Este, años antes ya levantaba su voz profética diciendo que si Europa quería de verdad ser libre, tenía que volver a sus raíces, a sus raíces cristianas. La ideología materialista-atea que subyacía en el pensamiento de los promotores del socialismo real, era lo más contrario al alma de los europeos. Una tal esquizofrenia así no podía durar por mucho tiempo.
Efectivamente cayó el muro. Hay que estar ciegos para negar que el Papa eslavo tuvo mucha parte en su caída. Pero ¿Europa recobró de verdad su libertad? A veces tenemos que dudar de ello. Cayó un muro y si te descuidas ves que a tu alrededor se van levantando otros mil. Ahí está el muro de la dictadura del relativismo, del individualismo y materialismo hedonista más craso, ahí tenemos la ceguera del Viejo Continente ante el misterio de la vida humana que no la respeta y no es capaz de proteger desde sus inicios hasta su fin. Ahí está la cruzada de arrancar los signos religiosos que hacen referencia a sus raíces. Y frente al relativismo de unos tan pernicioso y destructor, el fundamentalismo de otros de similares consecuencias. Así pues vemos que mientras el Papa nos invitaba a volver a nuestras raíces cristianas, hay montón de guadañas interesadas en segarlas.
Volvamos al principio. Libertad ¿para qué? S. Agustín decía que libre es aquel que hace lo que quiere, pero tiene la virtud de hacer siempre el bien. Esto es lo que pedimos para Europa, para los ciudadanos europeos, libertad, para ser ellos mismos, para dejarse guiar por esa verdad del ser humano, del ser cristiano, que nos hace libres. Por tanto libertad para hacer el bien y crecer en humanidad. De otra manera la libertad se convierte en libertinaje, es decir, en esa perniciosa constructora que trabaja en la noche levantando muros y más muros, que producen vergüenza, porque van sembrando nuestros pueblos de esclavos.