Manuel de Diego Martín
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29 de mayo de 2010
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Hay gente que el sólo hecho de hablar de cadenas perpetuas les pone nerviosos. La cosa tiene su cierta lógica, puesto que el estar entre rejas toda una vida es el castigo más grande que puede imponerse a un ser humano que de por sí está llamado a vivir en libertad.
Y sin embargo hay personas que eligen estar toda su vida entre rejas para vivir así mejor su libertad. Y cuando hablo de ello no me refiero al caso extremo de gentes que para salvar la pelleja eligen la celda, pues saben que allá encuentran un plato caliente, una cama para dormir y estarán seguros ante posibles ajustes de cuentas. No, no se trata de esta gente, sino de hombres y mujeres muy normales, que porque quieren vivir la vida en plenitud optan por vivir entre rejas.
Ya sé que esto no lo puede entender toda la gente. Todos aquellos cuya razón no está abierta a la trascendencia, sino que viven inmersos en el mundo de la inmanencia, en un positivismo materialista teórico y práctico, estos de ninguna manera pueden entender esta realidad. Sería como querer explicar los colores del arco iris a un ciego.
Cuando hablo de esa gente que vive entre rejas me estoy refiriendo a los religiosos y religiosas contemplativos. Hoy es el “Dia pro Orantibus”. La Iglesia católica recuerda hoy, en este domingo de la Santísima Trinidad, a todos aquellos hombres y mujeres que viven en clausura. Han hecho profesión de tomar como supremo valor de su vida aquello que decía Santa Teresa, nuestra santa de Ávila, de “de que sólo Dios basta”. Siglos más tarde han vuelto a repetir el mismo eslogan con la misma convicción. Un joven que murió en plena juventud, y que recientemente ha sido canonizado por el papa Benedicto, S. Rafael Arnaiz Barón. Hoy este muchacho es el patrón de la juventud cristiana del mundo. Su grito y el norte de su vida era “sólo Dios”.
En la diócesis de Albacete tenemos siete monasterios de monjas que viven sólo de Dios y para Dios. Esto no quiere decir que no vivan también para los demás. Ellas trabajan y comparten sus pequeños bienes con los pobres. Ellas llevan una gozosa vida fraterna. Emplean mucho tiempo para la oración, el estudio y la convivencia. Ellas ríen y lloran como todo el mundo. Ellas viven entre rejas sí, pero estas rejas son invisibles para ellas, pues su corazón está volcado en los problemas y sufrimiento de las gentes. Porque intentan cada día estar más cerca de Dios, por este mismo hecho están mucho más cerca que nadie de los hombres. Es un binomio que no falla y la historia lo confirma, cuanto las conciencias están más lejos de Dios, más hay que temer por la suerte de sus criaturas.
Así que no nos queda más que un reconocimiento agradecido por tener aquí entre nosotros, en la tierra, esos recintos que como decía Santa Teresa son trozos de cielo. El poder contemplar de cerca este cielo llena de calor y de esperanza a nuestra tierra. Gracias hermanas, porque vuestra vida entre rejas, es un canto a la mejor libertad.