Manuel de Diego Martín
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29 de agosto de 2009
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Hace unos días escuché una noticia anunciando que España había enviado dinero a colectivos gays y lesbianas de Zimbabwe que por cierto me sorprendió sobre manera. Para mí la noticia era chocante desde varios puntos de vista.
En primer lugar parece que nuestra economía no está para estas alegrías de dar dinero no importa para qué. En segundo lugar, si hay que ayudar, habrá que hacerlo ante aquellas realidades que estén clamando al cielo porque son de verdadera urgencia o extrema necesidad aunque nos quedemos sin un ochavo.
Pero en este caso, aunque nuestro gobierno esté por la política de ampliar derechos y libertades hasta el infinito y en todas las latitudes, se da el caso de que la gente africana tiene otros problemas y otras prioridades antes que la realidad de hombres y mujeres homosexuales. Diez años estuve en África, en Burkina Faso. Con mucho sufrimiento aprendí su lengua y creo que me metí un poco dentro de su mundo. Nunca oí hablar del tema ni observé en la gente ninguna preocupación por el tema. No cabe duda que habría casos particulares que cada quien los viviría como mejor pudiera sin crear ningún problema de convivencia social.
El otro día en una reunión de misioneros me encontré con uno que desde hace muchos años está como misionero en aquel país. Le pregunte: “¿Qué hay de la ayuda a lesbianas y gays en Zimbabwe?”. Me respondió:”No me hables, por favor, de este tema. La gente lo ha tomado como una bofetada. Un pueblo que está pasando por penurias tan grandes, en alimentación, educación, sanidad, ayudas como estas suenan a chiste o a escarnio. Creo que va a haber protestas diplomáticas al caso…”
De todo este asunto, ¿qué podemos concluir? Que antes de enviar ayudas, hay que conocer de ante mano lo que necesitan de verdad, ver antes en qué quieren ser ayudados. No enviar lo que nosotros queremos que necesiten, porque partimos de unos principios y unas ideologías que nos son precisamente las de aquellas gentes.