Manuel de Diego Martín

|

14 de marzo de 2009

|

479

Visitas: 479

Hace unos días hablaba con un policía amigo y me quería hacer comprender que no siempre es posible unir legalidad y humanidad. Le comentaba el caso de dos muchachos para quienes pedía que les dieran alojamiento una fría noche en un Albergue que se llama así mismo para “los sin techo”. No era posible porque no tenían papeles. No tienen papeles, insistía yo, pero son personas vivas, aquí delante de nosotros. He hablado con ellos largo y tendido, y veo que son buena gente, no son conflictivos. Simplemente van de camino buscando trabajo. En el Albergue me dijeron con gran pesar, no es posible. La legalidad nos lo impide.

Así pues vemos cómo la legalidad en este caso impide la humanidad. Reflexionando sobre este hecho: ¿qué pensar lo que está ocurriendo entre nosotros, en que se está preparando una ley que no sólo impide la humanidad, sino que desde la legalidad se va a permitir que impunemente se masacre a montón de vidas inocentes? ¿Cómo asimilar que la legalidad se convierta en la más cruel inhumanidad?

El filósofo griego Aristóteles decía que el “hombre era un animal racional”. Viendo ciertas cosas, me atrevería a decir que el hombre es “la irracionalidad más animal”. Pongamos algún ejemplo: ¿cómo es posible que una adolescente para hacer una excursión, para tomar alcohol o fumar necesite contar con sus padres y para abortar no? ¿Cómo es posible que una chica a esta edad por ley no pueda votar y por ley pueda abortar? ¿Es que un aborto tiene menos trascendencia que tomarse un “chupachus” o cortarse las uñas?

Ante situaciones como estas, los que creemos en la ley divina y en la ley natural que es expresión de aquella, tenemos que apelar a lo que decía el clásico López de Vega hace cinco siglos: “Si lo que manda el rey, va contra lo que Dios manda, ni tiene valor de ley, ni es rey el que así se desmanda”. La ley de aborto ciertamente va contra lo que Dios manda. Actuemos en consecuencia.