Juan Iniesta Sáez

|

28 de marzo de 2020

|

11

Visitas: 11

La experiencia de estos días, con el confinamiento a causa de la pandemia de covid-19, nos tiene a todos un poco desconcertados. Es la reacción lógica ante una experiencia inédita para un número tan masivo de personas.

Resultaría, por ello, fácil hacer un paralelismo simplón entre nuestro encierro y el paso por el sepulcro de Lázaro, el amigo del Señor. Deseamos, fuertemente, escuchar de labios de la autoridad un “¡sal afuera!” parecido al que escuchó él. 

Lázaro permaneció cuatro días en el sepulcro para que la magnitud del milagro que iba a realizar Jesucristo fuera más evidente a los ojos de la gente. Lo nuestro son más de cuatro días de encierro, de (entiéndase la imagen, sin exageraciones) paso por el sepulcro social de cortar temporalmente muchas relaciones. Continuamos en el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación para la alegría de la resurrección de la Pascua. Sigue siendo tiempo de desierto, tiempo de soledad, tiempo de invitación a una inusitada intimidad con el Mesías, con el que viene a traernos la verdadera salvación: no la de quien se ve en la calle después de un tiempo de sepulcro, sino la de quien resucita de esas pequeñas muertes que le van restando vitalidad en el día a día. 

La invitación, ante esta situación tan extraordinaria y que tanto nos trastoca, no puede ser otra: métete en lo escondido de tu corazón, pero no a solas, sino con “el que ve en lo escondido”, háblale al corazón a Aquél que está deseando adentrarse en el tuyo, preséntale tus dolores, tus temores, tus muertes (pecados), a Aquél que tiene el poder de sanarlos y de iniciar proyectos nuevos donde antes sólo había un sepulcro. Así, en el momento en el que, espiritualmente, escuches esa invitación a resucitar, a salir del sepulcro para testimoniar, ya no por oídas sino en primera persona, la grandeza del amor revitalizador de Cristo, entonces, serás un verdadero testigo de la resurrección que está por llegar, pero que se puede hacer realidad ya en las pequeñas cosas que nos arrancaban (ojalá podamos hablar en pasado) la vida a jirones.