Manuel de Diego Martín

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5 de enero de 2008

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Este domingo celebra su día el Instituto Español de Misiones Extranjeras, conocido con el IEME. Este instituto tiene para nosotros una significación especial, puesto que un miembro suyo, Ángel Floro, natural de de Ayna, es desde hace unos años obispo de Gokwe, en Zimbabwe.

Somos conscientes de las graves dificultades a nivel social y político por las que este país está atravesando. El otro día su presidente Mugabe fue poco menos que excomulgado y abucheado en la pasada cumbre de jefes de Estado de Europa y África porque le acusan de no respetar los derechos humanos.

En la carta de felicitación navideña que Ángel nos envía, nos pone al corriente de lo que por allá están pasando. Por la mala gestión del gobierno la inflación de ha desatado de tal manera que la moneda no tiene ningún valor. Los comercios y la tiendas desde hace meses están completamente vacías. Solo se encuentran productos alimenticios básicos en el mercado negro. Hace meses que no vemos el pan. Hace ya un año que entró el último camión en la provincia con gasolina. Todo lo demás ya lo podéis imaginar. Claro que nos lo imaginamos, y tenemos miedo de que de estos polvos puedan surgir mañana dramáticos lodos. Cuando un país vive en un caos permanente, nada bueno se puede esperar.

Es lo que está pasando en la vecina Kenia, como consecuencia de unas actuaciones políticas que dejan mucho que desear. Al final llega el chispazo y la revuelta. ¡Qué horror, cincuenta, en su mayoría jóvenes y niños, masacrados dentro de una Iglesia, en la que se habían refugiado para huir de la violencia callejera de los manifestantes, y estos salvajes acabaron con ellos dentro del templo! Hace un tiempo, un amigo misionero me contaba que había visitado en Ruanda aquella triste y célebre iglesia en la que habían sido masacrados un grupo de tutsis que huían de la ira de los hutus. No les valió el derecho de asilo que siempre tuvieron los recintos sagrados. Aquello fue tan dantesco que parece que no pudiera repetirse nunca jamás. Pero la historia, desgraciadamente, se repite con sus monstruosos errores.

¿Cómo evitar que lleguen estos horrores y que un día sea posible la paz entre los pueblos? Este año se cumplen los veinticinco en que el papa Pablo VI nos dejó aquella emblemática encíclica “Populorum progressio”. En ella decía que la paz será posible cuando reine entre los pueblos la justicia y la cooperación al desarrollo. El desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Así pues vemos la tremenda dificultad que ésta tiene para levantar el vuelo, ya que son muchos los que parecen están empeñados en cortarle las alas a lo salvaje.