José Javier Alejo López

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26 de agosto de 2023

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Jesús en el Evangelio de hoy hace una doble pregunta; ¿Quién dice la gente que soy yo? Y tú ¿Quién dices que soy yo? Esas preguntas que hizo Jesús hace más de dos mil años han quedado ahí en el tiempo porque son válidas para cada generación y la historia no ha terminado aún de responderlas. Jesús no deja indiferente a nadie tanto creyentes como no creyentes todos se preguntan sobre la identidad de Jesús. 

No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborándonos una imagen de Él a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología personal, el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación religiosa que hemos recibido. Y, sin embargo, la imagen de Jesús que podamos tener cada uno tiene una importancia decisiva, pues condiciona la imagen de Dios, nuestra fe, y toda nuestra forma de comprender la vida. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos llevará a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe y de la vida.

Por eso las preguntas de Jesús nos cuestionan vivencialmente nuestra relación con Él. Sin un encuentro personal y vital con Él no hay posibilidad de tener una verdadera fe que dé respuesta vital a nuestras realidades más profundas y existenciales.

Esta doble pregunta de Jesús hace aparecer con claridad la diferencia entre la opinión de la gente y la de los discípulos. La gente es aquella que lo había visto en alguna ocasión a Jesús, incluso puede que le hubiera escuchado predicar o incluso hacer algún milagro, pero no ha tenido un encuentro vital o profundo con Él en el que haya descubierto la identidad de Jesús. Los discípulos sin embargo son aquellos que han tenido una experiencia profunda con Jesús, unos han sido llamados directamente por Él y con generosidad han dejado todo para seguirlo, o han sido curados de su pasado, de sus vicios y esclavitudes… y han descubierto la verdadera identidad de Jesús.

Pedro en nombre de los discípulos reconoce a Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Los dos títulos resumen la fe de la Iglesia: Jesús Mesías esperado por Israel e Hijo de Dios para salvar a toda la humanidad.

A esta confesión de Pedro responde Jesús con una bienaventuranza y el encargo de una misión la de ser la roca donde se sustente su Iglesia que confirme siempre la unidad de fe y la unidad en su Iglesia.

Todos tenemos la tendencia de preguntar a Dios. Nos sentimos con derecho a interrogarle, para que nos dé explicaciones convincentes o para que justifique sus ausencias, retrasos, incumplimientos… El Evangelio de hoy nos recuerda que es Él quien nos plantea las preguntas y quien nos somete a examen. Por eso para crecer en la fe, lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos ha revelado interiormente. 

Escuchar a Dios es siempre un don, algo que se nos da gratuitamente, pero al mismo tiempo es algo que ha de ser preparado por nosotros. ¿Es esto posible en un mundo en que la indiferencia religiosa es tan grande, que los valores espirituales no son valorados porque sólo se busca lo inmediato y superficial?  ¿No deberíamos cuidar más nuestra vida espiritual para poder responder a los grandes interrogantes de nuestra existencia?

Eso es lo que Jesús quiere provocar con estas preguntas para que también nosotros al intentar buscar la respuesta le descubramos como nuestro Salvador y seamos así verdaderos discípulos suyos.

José Javier Alejo López, 
Párroco de Alpera-Carcelén