Amador Gómez Honrubia

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13 de julio de 2025

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Desafortunadamente, hoy muchos olvidan la Ley. Nuestro Señor Jesucristo no vino a abolir la Ley, no es enemigo de la Ley; al contrario, es quien la inscribió en nuestro corazón al crearnos a su imagen y semejanza.

«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».

San Agustín nos recuerda las tres potencias del alma: la voluntad, asociada al corazón; la memoria, asociada al alma; y el entendimiento, asociado a la mente. Así, el hombre ha de amar a Dios con todas sus fuerzas, con todas sus potencias, con todo su ser. Sin embargo, al igual que por las tres potencias del alma el hombre puede amar a su Creador, también penetra el mal por ellas.

En primer lugar, por la voluntad podemos elegir y querer el bien, así como rechazar el mal. El bien supremo es Dios mismo, y sin él no podemos amar. Es por ello que los enemigos de la voluntad son la idolatría, la pereza y el odio.

En segundo lugar, por la memoria reconocemos quienes somos y nuestras relaciones, el bien que Dios nos ha procurado y el mal que hemos sufrido. Así, los enemigos de la memoria son el olvido del bien recibido, la obsesión con el mal sufrido y la superficialidad.

Finalmente, el entendimiento nos permite identificar y conocer la verdad, y es aquí donde nuestro Señor Jesucristo nos dice: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Sus enemigos son el error, la ignorancia y la mentira. Por ello, también todos sabemos a quién nos referimos cuando hablamos del príncipe de la mentira.

Vemos así, con claridad como el hombre no puede amar a Dios si no pone todas sus potencias al servicio de tal fin. Y es por ello que el amor no consiste en adornar los escaparates de corazones o regalar rosas a nuestros seres queridos. El amor -la verdadera caridad que Cristo nos enseña y que Benedicto XVI explicó magistralmente- consiste en la imitación del Crucificado: de aquel que salvó al mundo por la obediencia al Padre hasta la muerte en la cruz. Desafortunadamente, hoy hemos olvidado el sacrificio, al igual que la Ley; identificamos el amor con nubes de corazones y la Ley con la opresión de un Dios que hemos desfigurado.

Es por ello que hoy necesitamos verdadera liturgia, para combatir la idolatría, la superficialidad y la mentira; verdadera catequesis, para combatir la pereza, la obsesión con el mal y la ignorancia; y verdadera caridad, para combatir el odio, el olvido del bien recibido y el error. Este es el plan que Jesucristo quiere de sus discípulos. No hay otro camino: hacer lo mismo que Él hizo.