Francisco San José Palomar
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14 de enero de 2024
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El Evangelio de Juan describe el encuentro con Jesús de los primeros discípulos, que ellos recuerdan como algo inolvidable: “Serían las cuatro de la tarde”.
En la vida de los seres humanos hay momentos que se experimentan con singular gozo y cuyo recuerdo nos llena de alegría. Suelen “ser encuentros personales” de los que recordamos de forma viva el lugar, la hora, el ambiente, los signos… pues dejaron marcada nuestra existencia.
Esta fue la experiencia de Andrés y del otro compañero, cuando se acercaron a Jesús y al preguntarle “Dónde vives” y responderles Jesús “Venid y lo veréis”, se quedaron con El. Mantienen vivo ese momento de la hora: las cuatro de la tarde”.
Experiencia que les lleva a comunicarla a las personas más cercanas, en este caso, a Pedro, su hermano a quien jubilosos dicen: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.
Toda existencia es una vocación, una llamada a vivir con alguien y realizar con él un proyecto de vida que merece la pena y que suscita en las personas sus mejores energías e ilusión en llevarlo a cabo.
El papa Benedicto XVI escribió: “El apóstol Andrés nos enseña a seguir a Jesús con prontitud, a hablar de Él con entusiasmo y a mantener con Él una relación de verdadera familiaridad”. Prontitud, entusiasmo, familiaridad son tres palabras iluminadoras en el seguimiento de Jesús para toda persona que se toma su existencia en serio.
Los creyentes recordemos nuestra vocación al matrimonio, al sacerdocio o a la vida religiosa. Si nos deslumbra la persona de Jesús, le seguiremos fieles, por el bien familiar y eclesial y del sacramento o don recibido.
La tristeza de muchas personas proviene de querer “catarlo todo sin compromiso en nada” y su no-proyecto de vida les lleva a una infelicidad nunca deseada.
Que el “amor primero” tenga la potencialidad de poner nuevamente en funcionamiento nuestros mejores recursos y valores personales.
Francisco San José Palomar
Sacerdote diocesano