Julián Ros Córcoles
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19 de mayo de 2024
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La Iglesia de todos los tiempos ha mirado el día de Pentecostés como uno de los hitos de su propio nacimiento. Lo recuerda como un momento fundamental, no de su pasado, sino de su presente. El mismo Espíritu Santo que descendió visiblemente sobre María y el colegio apostólico es hoy el alma de la Iglesia. Es el mismo Espíritu que hoy concede “dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) «distribuyéndolos a cada uno según quiere» (1 Cor., 12,11), para que «cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros», sean también ellos «administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16)” (Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los laicos, n.3). En todo tiempo, y especialmente hoy en nuestra Iglesia diocesana, cada uno estamos llamados a identificar y agradecer los dones recibidos. ¿Sabes cuáles son los tuyos? ¿Los estás poniendo al servicio de los otros? ¿Respondes a tu vocación, a tu llamada?
Sabernos “vocacionados”, llamados, es un don: hay Alguien que está pendiente de mí y cuenta conmigo para algo. Por el bautismo es el mismo Jesús quien me llama, me elige y nos envía. Con rotundidad afirma el Vaticano II que los fieles laicos son destinados al apostolado por el mismo Señor y que la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Por amor, el Señor Jesús nos impone la obligación de trabajar para que el mensaje cristiano de salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra. A los fieles laicos Jesús confía “la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en toda la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura”. (Vaticano II, AA n. 8). Doy gracias a Dios por cada uno de los fieles laicos que personalmente y en el apostolado organizado de la Acción Católica y demás grupos, movimientos y asociaciones ponen sus dones al servicio del mandato apostólico del Señor.
¿Qué tenemos que hacer, hermanos? (Hechos 2,37). Como aquellos primeros hermanos nuestros me lo pregunto y te lo pregunto. Nos lo preguntamos con toda la Iglesia en las circunstancias concretas de nuestra comunidad diocesana. Reunidos en torno a María en todas sus fiestas y romerías de este mes de mayo le pedimos a Ella su intercesión para que el Espíritu Santo nos guie y acompañe.
Julián Ros Córcoles
Administrador Diocesano