Manuel de Diego Martín
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12 de diciembre de 2009
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. Agustín ante alguien a quien pedía la conversión de su mala vida, y éste le interpeló de mala manera diciendo, “si yo quiero perderme, ¿a tí que te importa?”, el santo le contestó con firmeza y convicción: “Si tú quieres perderte, yo no quiero que te pierdas. Me arrastraré por montes o llanuras para hacer lo posible e imposible para que no te pierdas”. Esta historieta nos viene bien al caso de la saharay Aminatuj Haidar que quiere dejarse morir antes que renunciar a sus reivindicaciones, y me parecen muy acertadas las palabras de nuestro Ministro de Exteriores cuando nos dice que van a hacer todo lo posible para que esta mujer no muera. De tal manera que si entra en coma le darán todos los remedios para que pueda revivir aún en contra de su voluntad. Es decir, aunque ella quiera morirse, ningún ciudadano español quiere que esta mujer se muera. Por eso todos tenemos obligación para poner lo medios y que no ocurra lo peor.
Esta decisión de nuestro gobierno si llega a tener lugar, merece toda la alabanza, pues está en el buen camino de reconocer el valor supremo, el valor sagrado de toda vida humana. No podemos quitar la vida a nadie ni tampoco permitir que nadie se la quite a si mismo.
Pero ante este hecho, nuestros dirigentes tendrían que sacar algunas consecuencias. Si a Aminatu, quien desde su libre voluntad se quiere quitar la vida, no se lo podemos permitir: ¿Por qué quitársela a tantos inocentes, indefensos, que no tienen posibilidad de decidir, con esa criminal ley del aborto que se quiere poner en marcha?
Si no podemos permitir que la saharay se quite la vida, porque sí, porque así lo ha decidido ella, entonces ¿cómo ver con buenos ojos una ley de eutanasia activa en la que cada quien tenga libertad para quitarse su propia vida cuando así uno lo quiera? Esta mujer lo quiere, y decimos, con buen juicio, que no estamos de acuerdo en ello.
Así pues ni lo uno ni lo otro, ni el quitar la vida a un ser humano, ni el permitir que alguien se quite la vida entra en la lógica del supremo valor de la vida humana. Por tanto, todos debemos ser lógicos y coherentes con este valor, no solamente en algunos casos extremos, por lo que nos pueda perjudicar políticamente, sino siempre, aunque nos cueste perder lo que sea.