Fco. Javier Avilés Jiménez

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27 de febrero de 2016

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5. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado. (Misericordiae Vultus 2) 

Una antropología o visión del ser humana basado en su íntima capacidad de compasión, en su apertura a una actitud misericordiosa para con sus iguales. Y una teología o comprensión de Dios basada en la experiencia, y no en una mera idea, de la relación con Dios que es amor y al amor nos llama. Ambas visiones, la teológica y la antropológica se une en y por la misericordia que realiza nuestro anhelo de amor, de ser amado y de amar. 

Este punto de unión entre Dios y el hombre en la gratificante, aunque también arriesgada y exigente relación que es el amor, hace de la religión algo más que doctrina, normas y ritos. Insufla en toda la vivencia religiosa una cordial predisposición a mirar al otro como prójimo y a Dios como Padre. 

La fe, esperanza y caridad que alimentan la religiosidad cristiana se sueldan en la sólida firmeza de saberse amados y capaces de amar. Por otra parte, y frente al exilio de lo religioso de la vida social y cultural occidental, forzado por cierta secularización o laicismo excluyente, la misericordia como verdadera incardinación de la fe religiosa en la misma condición humana, necesitada e impulsada al amor y la solidaridad, permite concurrir a los diferentes «atrios de los gentiles», esto es, foros de encuentro y diálogo entre la fe y la cultura, con una mayor aceptación y reconocimientos mutuos. Por la vía del encuentro con el otro, nos encontramos con Dios. 

Por el camino de la apertura que reconoce nuestra profunda necesidad de ser amados, nos convertimos en ocasión de felicidad para los otros. Esa es la dirección que Dios emprendió y la única por la que llegamos a ser como Dios nos creó.