Manuel de Diego Martín
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7 de febrero de 2009
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En Italia desde un tiempo acá, se está dando un gran debate sobre qué hacer con Eluana Englaro, una mujer de treinta y nueve años que lleva en coma diecinueve como consecuencia de un accidente de automóvil.
Durante estos años la están cuidando, con todo amor, unas religiosas en el Hospital de Lucco. Pero su padre pidió que dado que su hija estaba muerta, la dejasen morir del todo. Para ello no hacía falta más que retirar la alimentación y la hidratación asistida que la están manteniendo con vida. Desconectados estos aparatos, en unos quince días, Eluana encontraría el dulce sueño de la muerte.
Las religiosas le decían al padre, que si para él estaba muerta, para ellas estaba viva. Que se la dejasen en adopción y que ellas la cuidarían con todo amor hasta que el Creador lo dispusiera.
Pero esta petición de las hermanas no ha servido de nada para la familia que quiere para su hija una muerte dulce. En Italia el Ministerio de Sanidad no permite la eutanasia. Pero la familia se ha buscado las vueltas hasta llegar al Tribunal Supremo que les ha dado la posibilidad jurídica de dejar morir a Eluana. Estos días se ha hecho pública la sentencia trayendo alegría a unos y consternación a otros.
Así pues, la suerte está echada. Eluana debe morir. Para salvar la legalidad, la han cambiado de Hospital y la han llevado a Udine. El nuevo hospital, qué paradoja, se llama de la Misericordia, en el cual van a perpetrar la fechoría. Desconectados los aparatos, en unos quince días Eluana emprenderá el viaje a la eternidad.
Naturalmente, ante el hecho la opinión está tremendamente dividida tanto en Italia, como en otros países, entre ellos España. Para unos, ¡qué bien! Por fin Eluana encuentra su descanso después de una muerte digna. Pero otros, entre los que me encuentro, decimos que no estamos de acuerdo. La vida es sagrada y el “no matarás” está escrito como ley divina en el corazón del hombre desde los primeros tiempos. Esta muerte tenemos que reconocer será la consecuencia de una decisión jurídica disfrazada de humanismo, pero que en sí podemos calificar de un acto de suprema impiedad perpetrada por el Supremo. Pues Eluana no está muerta, la van a matar. Para Dios y para todos los que la aman, como decían las religiosas, está viva. Y toda vida humana es digna de todo respeto.