Fco. Javier Avilés Jiménez
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8 de junio de 2013
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Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios. [Benedicto XVI, Porta Fidei 7]
En estos tiempos de volatilidad bursátil, devaluación de valores que se pensaron firmes, de inseguridad laboral y tantas otras incertidumbres, ya no parece la fe una pariente tan pobre de la granítica verdad material. No podemos alegrarnos, sería ruin, de que estas aciagas horas de crisis permitan a la fe mirar por encima del hombro tantos pronósticos sociológicos y apuestas económicas que parecían un oráculo infalible. A creer se aprende confiando. A confiar se aprende amando. Y así, la certeza de la fe nace de un generoso y arriesgado fiarse, para terminar siendo un fiable cimiento sobre el que edificar la vida con firmeza existencial y hospitalaria habitabilidad. Vaya, hubo una humilde rendición de la búsqueda de pruebas, de la parte más recelosa de la razón. Sí, un generoso amén, que eso es el abandono del que habla el papa emérito. Pero esa aceptación no supuso una ciega sinrazón.
El corazón tiene sus razones, decía el bueno de Pascal. Y la razón puede contar con la cálida afectividad que mana del contacto con Dios y que es más grande, dice también el papa dimisionario, que cualquier otro argumento, apego o demostración. Y por ello, sin pruebas pero habiendo sido probada en el duro banco de la travesía vital que cada uno lleva adelante, la fe que se mueve dentro de las probabilidades y no de las infalibles demostraciones, se va haciendo fuerte y nos va fortaleciendo de día en día. No está nada mal para un tesoro que se lleva en vasijas tan frágiles.