+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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13 de abril de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]V[/fusion_dropcap]uelve, un año más, la Semana Santa, la Semana Mayor de la liturgia cristiana. Viene con su riqueza múltiple: es acontecimiento festivo, cultural y turístico, pero es, ante todo y sobre todo, un acontecimiento religioso, una experiencia profunda vivida desde la fe. Las diferente Hermandades y Cofradías, en unión con la directiva de la Junta de Cofradías, han de velar celosamente por ello. 

Los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, Nuestro Señor, se actualizan sacramentalmente en la liturgia. Las procesiones, que representan de manera plástica y popular lo conmemorado en la liturgia, nacieron de una necesidad evangelizadora. Lo que entra por los ojos llega más fácilmente al corazón. Por eso, las procesiones no son una alternativa a la liturgia, «fuente primera y necesaria del genuino espíritu cristiano» (Vaticano II, O.T. l6), sino un medio catequístico plástico para ayudar a una participación más fructuosa en la misma. 

La Semana Santa, en nuestros pueblos y ciudades, cuenta con el amor, la generosidad y la dedicación de miles de cofrades que no cesan de enriquecerla. Merece la admiración y el apoyo de todos los albaceteños de cuna o de adopción, de sus instituciones públicas y privadas. 

Amar la Semana Santa exige, necesariamente, preservarla de influencias ajenas o contrarias a la fe cristiana. Y, como no me cansaré de repetir, será básicamente preservada en la medida en que sepamos mantener el espíritu de piedad y de Fe que la hizo nacer. Este espíritu es el que se expresa en tallas bellísimas y artísticas, en vistosas y austeras túnicas, en música acompasada y rítmica, en silencio penitencial y contemplativo. 

Me llena de alegría profunda conocer que nuestras cofradías penitenciales preservan y alimentan este espíritu mediante actos formativos y religiosos a lo largo del año, de modo especial, mediante la participación en la liturgia. Ser cofrade y no profesarse creyente es prácticamente una incoherencia. 

Invito a los fieles católicos a vivir intensamente los Misterios Sagrados que celebramos estos días, a participar, con sintonía de alma, tanto en los actos litúrgicos como a contemplar nuestros piadosos desfiles procesionales, a evitar todo aquello que desdice de un pueblo sensible, con fe, respetuoso y noble. 

Con mi afecto y bendición.