Francisco San José Palomar
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19 de noviembre de 2022
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Impresiona esta escena del Calvario. Tres crucificados por ser malhechores. Uno de ellos Jesús, suplica el perdón para sus verdugos. ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! Otro, blasfema, habla feamente contra Jesús que comparte su mismo suplicio. Pero hay otro, llamado Dimas que admirado de las palabras de Jesús y escandalizado de Gestas se dirige a éste y le dice: “¿Por qué no te callas? Tú y yo estamos aquí, así, por las fechorías que hemos hecho, pero éste ¿qué mal ha hecho?”. Ninguno. E inmediatamente, con un gesto inteligente y amoroso, dice a Jesús: ¡Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino! Y Jesús le responde: ¡Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso!
Dimas, el buen ladrón nos muestra la “sabiduría de la Cruz”. Ha contemplado a Jesús, sabe de su inocencia y santidad y le suplica. El resultado es de salvación, de participación en la misma suerte de Jesús: el Paraíso, lugar de la felicidad, de la eterna bienaventuranza.
El apóstol san Pablo, en su primera Carta a los Corintios, habla de la sabiduría de la cruz: “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros anunciamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos; pero para los llamados, judíos y griegos, un Mesías que es fuerza y sabiduría de Dios”. (1 Cor 1, 22-24)
“Mirad al que pende de la Cruz”. Los cristianos continuamente nos santiguamos con la señal de la cruz. Quizás la llevemos colgada de muestro cuello o portemos una cruz más grande en nuestro bolsillo. Esta manifestación nos debe ayudar a vivir los acontecimientos de la vida diaria y de las circunstancias adversas que se nos presenten: una enfermedad, una pérdida de un ser querido, un hijo que no consigue el puesto de trabajo que tanto anhelaba…en fin, las cruces de cada día en la familia, en el trabajo, en la política y aún dentro de la propia Iglesia o parroquia.
La sabiduría de la cruz consiste en no dejar de amar, en entregarse a los demás con paciencia y esperanza y mantenerse ecuánimes con la mirada y el amor puestos en nuestro Señor Jesucristo. Quizás nos sea familiar el soneto “No me mueve mi Dios para quererte”. Tú me mueves, Señor, clavado en una cruz y encarnecido.
Francisco San José Palomar
Sacerdote Diocesano