Manuel de Diego Martín

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12 de julio de 2008

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La semana pasada, el Partido que nos gobierna celebró su 37 congreso federal. Nos felicitamos que haya sido un congreso en el que ha reinado de manera admirable la unidad. Por eso de que la unión hace la fuerza, esperamos que unos políticos unidos nos gobiernen con mucha mayor eficacia. Los mejores proyectos podrán salir adelante.

Me gustaron las palabras del presidente Zapatero que en algunos de sus discursos decía que vamos a construir el hombre nuevo, el hombre del futuro, el hombre de los valores en donde el poder y el dinero no tengan la última palabra. ¡Qué bien dicho está todo esto! Estas palabras suenan a evangelio, recuerdan las bienaventuranzas.

Pero luego lees la letra menuda de la ponencia política, te das cuenta de que las preocupaciones mayores, las inquietudes primeras que mueven a Zapatero y a sus más entusiastas seguidores no tienen que ver casi nada con el evangelio. Las bienaventuranzas se esfuman en el aire como pompas de jabón.

En el debate y en los proyectos del Partido en el poder está el poder sacar adelante la ley llamada de plazos en el aborto, es decir dejar una puerta abierta a la mujer para que decida lo que le parezca sin tener que pasar por esas clínicas saca-dineros llenas de horror y de trampa. También tienen en mente y está en el horizonte la ley de eutanasia activa, para terminar con esa pesadilla del doctor Montes y compañeros, que siendo buena gente, hay quienes, según ellos, se empeñan en ensuciar su nombre. Estos proyectos pertenecen a la cultura de la muerte y están lo más lejos posible del evangelio que quiere ser vida.

En sus proyectos está que la Asignatura de educación para la ciudadanía tiene que salir adelante pese a quien pese y caiga quien caiga. ¡Ay, de aquel que se atreva a objetar! Esto no está de acuerdo con el evangelio que nos dice que la verdad nos hace libres y no tengáis miedo nunca a los que pueden matar el cuerpo, pero a los que sí hay que hacer frente, con uñas y dientes, es a aquellos que, uno sienta que pueden hacer daño al alma con sus teorías.

Según los seguidores del Sr. Presidente lo que tiene que llegar también a nuestra sociedad, como una ráfaga de aire fresco, es el laicismo puro y duro, acabar de una por todas, con esas miserias supersticiosas del pasado. Así pues, en los lugares oficiales, y también en los lugares públicos, en la plaza de todos, habría que eliminar esos objetos religiosos, crucifijos, biblias, coranes, toras… Todo ello habla de un pasado tenebroso y hay que mirar al futuro. Si alguno quiere usar de esas cosas que lo haga a escondidas en su casa, en privado. Pero el evangelio nos dice que en nombre de la libertad y dignidad del ser humano, hay que salir a las calles, ser capaces de hablar en las plazas. La razón tan sencilla es que la dimensión religiosa del ser humano es tan pública como la necesidad del comer.

Así pues cuando escuchas las palabras solemnes del Presidente anunciando la llegada del hombre nuevo, el de los nuevos valores y luego ves cómo se entiende todo al hacerlo moneda corriente en la convivencia humana , te quedas más que perplejo. Aquí no tienes más remedio que echar mano del refranero, que dice que obras son amores y no buenas y brillantes palabras. O como decía el poeta Ovidio hay que tener cuidado con aquellas palabras que rezuman miel para atraer pero dentro llevan el peor veneno.