Ignacio Requena
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16 de noviembre de 2025
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Estamos llegando al final del año litúrgico. En estos últimos domingos, la Palabra de Dios nos invita a mirar el final de los tiempos, pero no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza y revisar cómo estamos viviendo el presente.
En el Evangelio de hoy, Jesús habla del templo que será destruido. La gente admiraba su belleza, pero Él les recuerda que nada de lo material es eterno. Todo pasa: las piedras, los templos, las seguridades humanas… Solo el amor permanece.
A veces nosotros también ponemos nuestra confianza en lo que se ve: en el dinero, el éxito, los bienes, las apariencias. Pero Jesús nos invita a mirar más allá, hacia lo que no se destruye con el tiempo: la fe, la fidelidad, la esperanza, el bien que hacemos cada día.
Jesús no nos promete una vida sin dificultades. Habla de guerras, persecuciones y traiciones… Y es verdad: muchas veces la fe se pone a prueba. Pero Él nos dice: «No tengáis miedo… con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Y aquí está la clave: perseverar. No rendirse. Seguir caminando en medio de las dificultades. El cristiano no huye del sufrimiento, sino que lo enfrenta con serenidad, sabiendo que Dios no abandona a los suyos.
Al final del año litúrgico, esta Palabra nos invita a mirar nuestra vida: ¿Dónde tengo puesta mi confianza? ¿Estoy perseverando en la fe, aun en medio de los problemas? ¿Sigo trabajando por el bien, aunque parezca que el mal avanza?
Jesús nos dice hoy: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá». Esa frase debería llenarnos de consuelo. Dios cuida de nosotros con ternura, incluso en los momentos más difíciles. Nada de lo que vivimos se le escapa.
Por eso, no hay que tener miedo al futuro. No caminamos solos: el Señor camina con nosotros. Que este final del año litúrgico sea una oportunidad para renovar nuestra confianza: seguir haciendo el bien, seguir creyendo, seguir esperando.
Porque, como dice el Evangelio, la perseverancia nos salvará.
Y quien se mantiene fiel hasta el final, aunque el mundo cambie, permanece firme en el amor de Dios, que nunca pasa.






