Manuel de Diego Martín
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8 de junio de 2013
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Dijo el Papa Juan XXIII que Lourdes es como una ventana abierta al cielo. Yo me atrevo a añadir que es como el cielo en la tierra. “Aquí todo el mundo es bueno” escuchaba de labios de una buena mujer, una peregrina llena de gracejo y alegría.
El pasado fin de semana participé en la Peregrinación Diocesana de Enfermos a Lourdes que organiza cada año nuestra Hospitalidad. Aunque ya había estado algunas veces, hacía bastantes años que no volvía con la peregrinación de Enfermos. Tengo que reconocer que he vivido estos días con la misma intensidad y emoción, si cabe, más que la primera vez. He sentido la misma conmoción y las lágrimas han vuelto muchas veces a mis ojos.
¿Cómo podría describir en este pequeño espacio, lo que allí he vivido estos días? Es impresionante ver a tanta gentes, de tan diversos países, en esa variedad de lenguas profesar la misma fe, celebrar el mismo amor a Jesucristo, mirar con la misma devoción a la Virgen Maria.
No quiero dejar de subrayar una idea que me ha golpeado constantemente estos días en mi cabeza. Se trata de percibir en toda su realidad la grandeza de la vida humana. En estos tiempos en que la vida del no nacido, la del anciano o la del enfermo valen a veces tan poco, ¡qué gozo da el ver a esos enfermos siendo el centro de interés, del cuidado, del cariño de todos! Impresionaba ver a esos enfermos mirando cara a Cristo hecho Eucaristía. O ver a esos enfermos pasando por debajo de la Gruta fijando sus ojos en la Virgen María, mientras arañaban con sus manos las rocas.
Quiero también relatar la presencia de una niña, de unos cinco años, cieguecita y con problemas respiratorios. Mucha gente de nuestro tiempo diría qué bien si a esta niña a su tiempo no se la hubiera dejado nacer. Y sin embargo qué plus de amor, de alegría viajaba en el Tren de la Esperanza con la presencia de este ángel que reflejaba tanto amor hacia los mayores y de los mayores hacia ella. Aquí ves con toda evidencia que toda vida es sagrada. El Señor sabrá lo que hace con cada uno de nosotros. Lo que si es seguro es que donde hay amor, todo contribuye al bien. Y en el Tren de la Esperanza había mucho amor.