Pedro López García
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9 de abril de 2022
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El Domingo de Ramos en la pasión del Señor abre la Semana Santa. Como todos los domingos del año celebramos el misterio pascual de Jesucristo, su muerte y su resurrección; si bien este día tiene unas características particulares que lo llenan de color, popularidad e intensidad espiritual y litúrgica.
“En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual”, y, conmovida, lee el relato de su pasión y muerte en la cruz.
Al inicio de la celebración los fieles están reunidos con sus ramos y palmas en las manos. Allí se bendicen y se proclama el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén. Sigue la procesión hacia el templo aclamando a Cristo, Señor y Salvador; así hicieron los habitantes de Jerusalén, así hicieron, sobre todo, los niños, así hacemos nosotros hoy confesando nuestra fe en Jesucristo y aclamándolo como nuestro Señor y Redentor.
Tener los ramos en las manos, caminar en procesión hacia el lugar donde se celebrará la Eucaristía, colgar en nuestras ventanas y balcones las palmas, manifiesta nuestra confesión de fe, nuestra decisión de ser testigos del Dios vivo, nuestra pertenencia a Cristo, nuestro deseo de su vuelta gloriosa, nuestra disposición a la conversión.
La alegría y el gozo de estos ritos iniciales del Domingo de Ramos contrastan con las lecturas de la Palabra de Dios que se proclaman, sobre todo con la lectura de la Pasión del Señor. A los cantos de aclamación seguirán los gritos que piden la crucifixión de Jesús; a la aclamación ‘hosanna‘ seguirá el silencio de la muerte. El Señor Jesús que fue aclamado en su entrada en Jerusalén, y que hoy es acogido de nuevo, no es el Mesías victorioso y triunfante, sino el Siervo de Dios ensangrentado, derrotado y doliente. El Señor Jesús, que entró en la ciudad santa cargado por un borriquillo, es Áquel que carga con el pecado del mundo y se ha dejado golpear por él. Él “siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados (prefacio del domingo de ramos).
Este año el evangelio de la entrada de Cristo en Jerusalén y el relato de la Pasión son según San Lucas; y en él se observa cómo, en el progresivo desencadenarse del drama, aparecen hechos de curación, de encuentro y de vida. San Lucas pone así de manifiesto que la muerte de Cristo es fuente de vida, que sus heridas nos han curado, que cuanto más entra Jesús en Jerusalén y en la pasión, con mayor fuerza el poder del pecado, del tirano, del mal y de la muerte, empiezan a sucumbir.
Por eso las aclamaciones del Domingo de Ramos, las palmas en las manos, los ‘hosannas‘ y los vivas de este día alcanzan su verdadero sentido al saber que nuestro Rey y Señor lo es crucificado. Él con su muerte ha vencido la muerte. Él es el vencedor del pecado y del mal. Él, que hoy entra en Jerusalén para vivir su pasión, es el Señor resucitado que vive para siempre.
Pedro López García
Vicario Episcopal de Levante