Manuel de Diego Martín
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8 de marzo de 2008
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Me comentaba el otro día una feligresa que había leído a un columnista en uno de nuestros periódicos de Albacete que decía cosas que le habían chocado sobremanera. Según decía ella, el autor quería hacernos comprender que cuanto más moral haya, menos progreso tendremos. Dicho de otra manera, cuanto menos tengamos en cuenta las normas morales, mayor progreso conseguiremos. Sin duda el articulista se refería a las normas que la Iglesia católica presenta cuando recuerda los principios éticos y morales de siempre.
Estos días he vivido una experiencia donde se puede comprobar de qué manera el tener dentro del corazón normas morales, tales como las propugna nuestra religión cristiana e intentar cumplirlas ha salvado una vida. Me explico.
Hace unos días una chiquilla de catequesis se me acerca más contenta que unas pascuas para decirme: “D. Manuel, ya soy tía”. Me alegré mucho y felicité a la niña dándole un beso.
Efectivamente, su hermanita de diecisiete años se quedó embarazada. Esta chica estudia bachiller en uno de nuestros institutos. Los padres, tanto del chico como la chica, recibieron un “schok” tremendo. Hubo presiones en las familias para deshacer el entuerto por la vía rápida. Al final se impuso el buen juicio, y la madre de la chica me comentaba que habían decidido seguir adelante, pues sus principios cristianos no les dejaban seguir otro camino. Yo por mi parte les felicité de todo corazón, y les animé a seguir adelante pues la vida que venía valía más que mil carreras brillantes. Al final desde la responsabilidad y el apoyo de los padres esta chica podrá seguir sus estudios y también cuidar de su niño.
Al día siguiente de enterarme fui a verla al Hospital. ¡Qué cuadro más idílico! Los jovencísimos papás, la joven abuela paterna, y un niño de ocho años, tío del bebé, todos volcados alrededor de la cunita llenos de felicidad. Parecía aquello una tarjeta de navidad, esas que muestran la adoración al Niño Jesús.
Este cuadro ha sido posible porque ha triunfado la moral cristiana. Aquí radica el verdadero progreso. Esto es apostar por la vida y el futuro. ¿Qué hubiera pasado si los papás de la chica no hubieran tenido principios morales? ¿Qué hubiera pasado si en vez de estar cerca de un sacerdote, su consejero hubiera sido un asistente social progre, de esos que piensan que lo que importa es que uno viva su vida, y que cada quien haga con su cuerpo lo que le venga en gana? Pues que nunca se hubiera podido contemplar esa escena de amor y de ternura que yo tuve la suerte de ver el otro día. Además se hubiera cometido una falta muy grave contra Dios y contra la vida. Aquí vemos cómo Dios es a su vez el mejor defensor de la vida.
Volvemos al principio y vemos qué lejos está de la verdad la afirmación que la moral es enemiga del progreso. Todo lo contrario, progresar es ayudar a vivir. Todo progreso, si lo es de verdad, tiene que ir del brazo con el respeto a la vida; la vida desde sus comienzos hasta su fin natural. Actuaciones como la de estos jovencísimos abuelos marcan de verdad un camino hacia una humanidad mejor.