Manuel de Diego Martín

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5 de diciembre de 2015

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El próximo día 8, fiesta de la Inmaculada, vamos a iniciar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. El Santo Padre nos invita a vivir este año a la luz de la palabra de nuestro Señor Jesús que nos dice: “Sed misericordiosos como vuestro Padre del cielo es misericordioso”. Como los campos resecos, como los embalses vacíos claman por el agua, así nuestro mundo tan lleno de conflictos y violencias busca misericordia.

Es significativo ver cómo en nuestro mundo post-moderno palabras como “misericordia” y “compasión” han dejado de estar de moda y para muchos suenan a sentimentalismo hueco. Lo que hace falta, se dice, es actuar y hacer un mundo más justo. Hay que dejarse de pamplinas y lo que la gente busca es entrar en el juego de la vida y conseguir los mayores éxitos posibles. Así, pues, el ideal evangélico de las bienaventuranzas se ve como desfasado y triste. Esto es lo que le pasaba al protagonista de la novela de Dostoievski “el Idiota”, que por proclamar estos ideales evangélicos de humildad, compasión y misericordia se le veía como una pobre criatura, objeto de toda la burla.

Pero la experiencia nos dice que sin misericordia no podemos vivir. El Li beralismo económico, que prometía el oro y el moro, no trajo más que ruina y sufrimiento para muchos. El Marxismo que ofrecía el paraíso aquí en la tierra, ha traído un infierno de muertos y montón de gentes arrojadas a la miseria. Ahora se proclama el Estado Social del Bienestar, es decir, pan, paz y felicidad para todos. Esto ¿va a llegar de verdad? Seguro que no. Los hombres seguirán necesitando de la misericordia y compasión de sus semejantes. Además hay muchos problemas humanos que traen mucho sufrimiento y que ningún Estado puede solucionar.

Al final no queda otra alternativa que hacer posible que la misericordia y la compasión siga viva en los corazones de los hombres. Si seguimos, nos dice el Papa Francisco, instalados en la indiferencia que humilla al otro, en el hábito de ver las desgracias de los demás sin alterarnos, o en el cinismo destructor del que dice que cada quien se las arregle como pueda, estamos perdidos. 

Los últimos Papas desde S. Juan XXIII al papa Francisco han recordado esta necesidad de reavivar en nosotros la misericordia y la compasión. El Concilio Vaticano II fue una llamada a que la Iglesia mirase con corazón de madre los problemas del mundo, tal como vemos en la Constitución  “Gaudium et Spes”. Juan Pablo II escribió la Encíclica “Rico en Misericordia” y Benedicto la “Caritas in Veritate” que tienen como denominador común el decirnos que la justicia sola no arregla todo, hace falta también la misericordia y la compasión para construir un mundo más fraterno. Que este año al contemplar al Padre de las Misericordias nos volvamos todos más misericordiosos para que este mundo que soñamos sea posible.