Javier Marín Martínez
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20 de julio de 2025
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Las actividades, preocupaciones y trabajos de cada día modelan nuestra manera de vivir y de ser. Los problemas y acontecimientos cotidianos tiran de nosotros y nos llevan de un lado para otro.
El evangelio de este domingo, nos propone el ejemplo de Marta y de María, quienes abren las puertas de su casa a Jesús.
Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en la pequeña aldea de Betania, y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho.
La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las dos hermanas reacciones muy diferentes.
Marta no paraba. Estaba fuera de casa, con mil tareas e insatisfecha. Vivía fuera de sí. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano». En ningún momento critica Jesús la actitud de servicio de Marta, pero la invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz.
María, la hermana más joven, lo deja todo y se queda «sentada a los pies del Señor». Su única preocupación es escucharle.
«Solo una cosa es importante. María ha escogido la mejor parte». ¿Qué es lo que ha escogido María? Sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra. Más que hacer, es dejarse hacer.
Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha de su Palabra y el compromiso de vivir su estilo de entrega a los demás. Alerta, más bien, del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, apagando en nosotros el Espíritu
Entre tantas ocupaciones y preocupaciones, necesitamos regalarnos descanso para sentirnos de nuevo vivos… Pero necesitamos, además, pararnos y encontrar el sosiego y silencio necesarios para recordar de nuevo «lo importante» de la vida.
Cuando somos capaces de encontrar en Dios nuestro descanso, la vocación se convierte en una gracia. Será una de las mayores gracias que podemos recibir en medio de nuestra vida tan agitada y nerviosa.
En el silencio y la paz del retiro podemos encontrarnos más fácilmente con nuestra propia verdad, pues volvemos a ver las cosas tal como son. Y, sobre todo, podemos encontrarnos con Dios y descubrir de nuevo en Él no sólo la fuerza para seguir luchando, sino también el descanso verdadero y la fuente última de paz.