José Joaquín Tárraga Torres
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25 de febrero de 2024
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Una vez más el Evangelio nos muestra a un Jesús que insiste en no contarlo a nadie. Invita a sus discípulos a guardar el secreto hasta que llegue la resurrección. Jesús vuelve a mantenerse en la humildad de la vida diaria, en la sencillez de una vida ordinaria.
Los discípulos han vivido una experiencia que se queda marcada. Han presenciado la transfiguración del Señor. Y lo han hecho en la montaña, en lo alto. No solo es Jesús el que se transfigura, sino que los propios vestidos de aquellos discípulos elegidos quedan cambiados. “Sus vestidos se vuelven de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo”.
Es curioso como la luz y la blancura pueden cegar, deslumbrar, hacernos cerrar los ojos. Cuando hay oscuridad abres la mirada, intentas buscar un resquicio de luz que te guíe y te oriente hacia algún lugar. En la oscuridad, buscamos la luz. Sin embargo, la luz parece cegar, nos hace taparnos con las manos y protegernos de tanta luminosidad.
Cristo es la luz, es aquel que ilumina y guía. Cristo es una luz desbordante, resplandeciente. En alguna ocasión, es el propio Jesús el que nos invita a ser luz del mundo. En el bautismo encendemos una vela en el Cirio Pascual. También se nos reviste con la blancura. ¡Qué simbología tan sugerente! Es Cristo el que nos comunica la luz. Somos pequeñas luces que iluminan el mundo.
El Evangelio nos invita a reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. Es la luz brillante, el resplandor de la gloria del Padre. Una luz potente. La mayor de todas. Pero para no quedar ciegos, necesitamos transformar nuestros vestidos, cambiar nuestras sombras en luz, nuestras oscuridades en lámparas. ¡Tenemos tanto trabajo! Es momento de no quedarse embobados, ensimismados. Toca mirar alrededor, bajar y volver a escuchar al Maestro.
La potencia de Luz de Dios puede cegar, pero no así la Palabra de Jesús, el Evangelio y su presencia amorosa. Jesús, el Hijo de Dios, sigue caminando junto a nosotros, acompasando el paso. Un Dios hecho hombre para no cegar sino iluminar, para poder seguirle y unirse a Él. Y, después de la resurrección, comprenderlo todo.
José Joaquín Tárraga Torres
Delegado MCS