Manuel de Diego Martín

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17 de julio de 2010

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El pasado cinco de julio entró en vigor la nueva ley del aborto. Para muchísima gente aquel día fue un “día de luto”. Pero como dicen los “Grupos- pro vida”, todos los días en que hay abortos son días de luto y tenemos que luchar los trescientos sesenta y cinco días del año para que no los haya.

Nuestros altos dirigentes, los últimos responsables de esta ley, dicen que ésta es mejor que la otra; es más garantista y defiende mejor los derechos de la mujer. A mí me cuesta mucho entender esto. Siendo las dos malísimas, ésta es mucho peor aún. En la anterior se hablaba de “despenalizar”, es decir, en ciertos casos, tú haces el mal, y yo no lo quiero ver, miro hacia otro lado. Aquí es que haces el mal, y te dicen que está muy bien hecho, porque así lo dice la ley. Y además, añaden, de lo que se trata es de defender los derechos de la mujer a abortar. ¡Toma! Y los derechos del niño a nacer ¿quién los defiende?

El otro día comentaban los chavales de un Instituto de nuestra ciudad que una compañera suya de diecisiete años había abortado. Eran chicos de confirmación. Al preguntarles cómo lo veían ellos, pues te respondían que como lo más normal del mundo, la tía, decían, no se va a complicar toda la vida con esta historia. ¡Qué pena que en los ambientes sociales, también en ambientes cristianos se piense así!

Estos días ha habido manifestaciones por toda España para pedir que la ley sea derogada, que el Constitucional eche una mano para que no se hagan por aquí y por allá barbaridades como si tal cosa. Tomemos conciencia y luchemos para ir cambiando mentalidades y corazones. No podemos quedarnos tranquilos pensando que puesto que hay una ley que lo ampara, luego se puede hacer. Tenemos que decir alto y claro que cuando nuestros gobernantes dictan leyes que van directamente contra la ley de Dios, para los creyentes no tienen valor. Nos queda siempre el sacrosanto derecho de nuestra conciencia para objetar y decir que no. Recuerdo unos versos de Calderón de la Barca que vienen como anillo al dedo al tema que estamos tratando. Dicen así: “Cuando lo que manda el rey,/ va contra lo que Dios manda/ ni tiene valor de ley/ ni es rey el que así se desmanda/”.

Nuestro compromiso debe ser siempre una lucha pertinaz por hacer triunfar la ley de Dios, una ley que es justa, que es luz en nuestro caminar, que entre tantas cosas, defiende el derecho a la vida.