Manuel de Diego Martín
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13 de septiembre de 2008
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l domingo pasado leíamos en la Misa lo que Dios decía al profeta Jeremías. Este hombre tenía que ser en medio de su pueblo como una atalaya, un centinela para denunciar toda injusticia, todo el mal que viera ante sus ojos. Los cristianos sabemos que por el bautismo nos hemos convertido en profetas y por tanto debemos ejercer como tales.
Animado por Jeremías, me atreví a decir en la homilía entre otras cosas, que la nueva ley del aborto, que propugna el gobierno español, no es buena; Dios no la quiere porque va contra la vida. Vi revolverse a alguien en los bancos, con un gesto de rechazo, como diciendo: “¡Vaya por Dios, este cura ya está mezclando la política con el evangelio!”.
Me salí un poco preocupado de la misa pensando que, tal vez, no había sido prudente del todo o no había sabido explicarme .Pues en la misa hay gente de todos los colores y de todos los partidos. Es normal que a alguien del partido del gobierno ante mis palabras pudiera sentirse un poco ofendido. Pero mira, al día siguiente, leo en un periódico que el Cardenal de Toledo, en la mismísima Catedral, en la homilía del domingo, habló más claro del tema. Decía más o menos lo mismo que yo, eso sí, expresándose mejor, que para eso él es el Primado de las España y yo un pobre cura de pueblo. Después de leer el periódico me quedé un poco reconfortado.
Estos días estamos viviendo la nueva composición del Consejo del Poder Judicial. Está habiendo, según dicen los analistas un reparto de poder entre los políticos. Yo pongo a los míos, tú a los tuyos, y que ellos (los nacionalistas) pongan a los suyos. Así todos contentos, y cada uno administrará justicia siguiendo la voz de su amo.
Esto sí que es hacer política con la justicia. Ella que debe ser la dama con los ojos tapados y la balanza fiel en sus manos, se ha puesto en sus orejas, según la viñeta de un célebre humorista, dos pendientes muy significativos, una rosa y una gaviota colgantes. En la muñeca dos pulseras nacionalistas para que todo el mundo sepa a qué atenerse delante de esta nueva dama.
Cuando yo predico el evangelio, ningún partido político me da la consigna de lo que tengo que decir. Digo lo que me dicta mi conciencia y lo que descubro en los evangelios y en el magisterio de la Iglesia. ¿Impartirán los jueces justicia con la misma libertad e independencia que yo siento en mi iglesia cuando tengo que hablar? Esperamos que así sea para el bien de la justicia, para el bien de la democracia del pueblo español. De otra manera vayamos preparando los funerales a la dama de los ojos tapados y de la balanza fiel en sus manos.