Manuel de Diego Martín

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19 de marzo de 2011

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Ayer se celebró la fiesta de S. José. Este santo tiene tantos títulos, tantas medallas colgadas al pecho, que se parece a un viejo mariscal del siglo XIX : El es el padre adoptivo de Jesús, es custodio de la Santa Iglesia, patrón de los seminarios y también de los trabajadores cristianos, abogado de la buena muerte y protector de infinidad de asociaciones asistenciales. Es también el patrón de los padres. Estamos en el “día del Padre”. Una vez más esta fiesta puede servir para que las grandes áreas comerciales hagan su agosto y nosotros nos quedemos sin entender este divino patronazgo.

Siempre me he preguntado por qué santa Teresa de Jesús tenía esa entrañable devoción a S. José que refleja en su vida y a través de sus obras literarias. Leyendo hace poco un artículo de una psicóloga que analizaba la familia de santa Teresa, explicaba la autora que esta devoción tan grande se debía en parte a una proyección para expresar todo lo que en la tierra había significado para la santa de Ávila la figura de su padre. Naturalmente para bien. Solemos decir que una madre siempre es una madre. Para Teresa, y para la inmensa mayoría de los mortales, un padre es también un padre.

En las celebraciones de los bautismos hay unas bendiciones muy hermosas tanto para la madre como para el padre.  n la bendición de este dice: “Dios bendiga a este padre para que junto con su esposa sea el primero que de palabra y de obra dé testimonio de fe ante su hijo…”. Y yo les digo a los papás, “¿habéis escuchado?” ¡Atención! “juntos” aunque tengáis un día la desgracia de separaros, intentad permanecer lo más cerca posible para educar juntos a vuestros hijos. Ellos necesitan siempre del papá y de la mamá como el mejor soporte para su crecimiento más armónico.

Hoy puede ocurrir que con las nuevas teorías de la identificación de sexos, con una pretendida igualdad en todo, se llegue a pensar que tanto da que eduque el padre, la madre, o ninguno de ellos. Si lo que se pretende es la construcción de un producto sociológico a nuestro capricho, puede valer cualquier otro. Pero si de lo que se trata es de educar de verdad no es lo mismo. Los padres tienen no sólo el derecho sino el deber de ser ellos los que eduquen a sus hijos. Y que nadie se conforme, a veces no tienen más remedio, con las migajas de unas cortas horas de fin de semana. La educación es un quehacer de cada día y de todos los días. Ya sé que a veces se impone la realidad y no siempre podemos hacer lo que quisiéramos, pero que al menos las ideas las tengamos claras. Es un dato de experiencia, que además está escrito en los genes, que donde mejor crecen los niños es a la sombra del papá y de la mamá.