Francisco San José Palomar

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30 de octubre de 2021

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La liturgia de este domingo insiste en el mandamiento principal que como creyentes debemos llevar a la práctica. Viene ya desde el Antiguo Testamento y, en boca de Jesús, resuena así: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mc 12, 29-31)

Este es el camino certero que nos brinda la Palabra de Dios para la realización personal y felicidad del ser humano. Pero debemos insistir el amor a Dios implica el amor al prójimo, es decir, el amor a Dios va inseparablemente unido al amor al prójimo. San Juan lo captó bien y así lo dejó claramente escrito: “Y nosotros hemos recibido de él este mandato, que el que ame a Dios, ame también a su hermano”.  (1 Jn 4, 31)

En la Última Cena Jesús insistió en el mandamiento del amor: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé”. (Jn 15, 12) 

El legalismo es un peligro que acecha con frecuencia a personas piadosas para convertirlas en cumplidoras de reglas, de preceptos, pero el distintivo de los cristianos es el amor. Y es nuevamente san Juan quien nos lanza una severa advertencia: “Quien dice que está en la luz mientras odia a su hermano sigue en tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.”. (1ª Juan 2, 9-10)

Santa Teresa de Calcuta experta en el amor práctico (=experimentado) habla de realidades hermosas que, por falta de amor, se envilecen:                         

El éxito sin amor te hace arrogante.

La riqueza sin amor te hace avaro.

La verdad sin amor te hace hiriente.

La oración sin amor te hace introvertido.

La fe sin amor te hace fanático.

La vida sin amor no tiene sentido”.

Nosotros ciudadanos y creyentes del siglo XXI no podemos olvidar y dar de lado la “sabiduría” de siglos. La expresión popular “amor con amor se paga” sigue siendo válida tanto respecto de Dios como de los hombres.

San Juan de la Cruz decía “Al final de la vida nos examinarán sobre el amor” pues tenía presente la escena evangélica de san Mateo: “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”.  (Mt 25)

Hagamos nuestra la oración con que San Agustín invocaba al Espíritu Santo: Ven a mí, Espíritu Santo, Espíritu de amor; haz que mi corazón siempre sea capaz de más caridad.

Francisco San José Palomar
Sacerdote diocesano