|

4 de julio de 2009

|

458

Visitas: 458

Ningún historiador cuerdo dudaría de la existencia histórica de Jesús de Nazaret; y si en algo surge la duda es en su divinidad, pero para creer en esto, ya no bastan sólo razones históricas, hace falta la fe.

La divinidad de Jesucristo es ya cuestionada por aquellos que le rodeaban en la sinagoga: “¿Acaso no es éste el hijo del carpintero?” y Él, ante la actitud de incredulidad declara que para “ser de sus ovejas” hay que escucharlo y tener fe en Él.

Dos mil años después nos encontramos en el mismo punto. Nos sigue costando descubrir lo divino de los hombres, de lo sencillo, como dice un himno de laúdes “Están mis ojos cansados de tanto ver luz sin ver; por la oscuridad del mundo, voy como un ciego que ve”, seguimos sin ver a Dios.

Los grandes santos son aquellos que han sabido descubrir la presencia de Dios en las cosas sencillas de cada día, entre pucheros (decía santa Teresa) o en los bosques y espesuras lo buscaba San Juan de la Cruz. Y es que, sin darnos cuenta, hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes.

Cuando Cristo murió, se rompió el velo del Templo; se rompió esa separación radical entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres, entre lo divino y lo humano. Muchas veces volvemos a crear este muro separando eucaristía y vida, amor a Dios y amor al prójimo, oración y compromiso.

Qué fácil nos resulta, a veces, ver a Cristo en nuestros templos y en los sagrarios y qué difícil nos resulta descubrir que cada hombre es un sagrario viviente y templo del Espíritu Santo. Nos sigue pasando igual que a los que rodeaban a Jesús: ¿cómo el hijo de un carpintero podía ser Dios? ¿Cómo un inmigrante puede ser un sagrario? Monseñor Romero decía al pueblo pobre: “Vosotros sois la imagen del divino traspasado que representa a Cristo clavado en la cruz y atravesado por la lanza”. Cuántas llamadas a unir lo humano y lo divino, cuántas llamadas a descubrir la grandeza que encierra el mundo prendado de su hermosura.

Una segunda idea que nos da el evangelio es la consecuencia de la falta de fe. Jesús no pudo hacer muchos milagros entre los suyos “por la falta de fe”. Anselm Grün en su libro “fe, esperanza y amor” dice que tener fe significa “ver bien”. Se trata de ver a Dios en todas las cosas, descubrir a Dios en el ser humano. Sólo podré ver el bien si creo que Dios está presente en todas las cosas. Así lo entendía San Benito, cuando exhortaba a los monjes a ver a Cristo en los hermanos. Él estaba convencido de que la fe en Dios se manifestaba en la fe en las personas, en la presencia de Cristo en cada ser humano.

De ahí que el evangelio de Mateo una estas dos ideas: no ver lo divino de Cristo y la falta de fe, la imposibilidad de Dios para actuar en nosotros y la falta de fe. La única condición para que en nosotros se realicen milagros es la fe.

Tal y como aparece en la banda sonora del Príncipe de Egipto: “No hay miedo en mi interior aunque haya tanto que temer, moverás montañas porque en ti esta el poder. Habrá milagros hoy si tienes fe, la ilusión no ha de morir, un gran milagro hoy al fin veré, si tienes fe lo lograrás, podrás si tiene fe.” La fe es la puerta abierta para que Dios pueda obrar en nosotros, pero sólo podrá entrar si le dejamos, si le abrimos. La fe es la condición necesaria para ver más allá de lo que vemos, para entender, para sentir, para que en nuestro mundo se sigan realizando milagros y proezas.

Si entendemos que la fe es ver, entonces comprenderemos que no es contraria a la razón, sino que más bien, ya que nuestra razón es limitada y vemos las cosas a un nivel superficial, la fe nos ayudará a ver más allá de las apariencias y entrar en contacto con la auténtica realidad que encierra lo humano.

Un claro ejemplo es la fe de María. En ella se obró el gran milagro de la encarnación gracias a su fe. María cree en las palabras del ángel, tiene fe en contraposición con la falta de fe de Zacarías. Así la llama su prima Isabel bienaventurada por tener fe, por haber creído y alude como causa fundamental del milagro su fe. Todo lo que nos ha prometido el Señor podrá hacerse realidad en nosotros si hemos creído, solo podremos ver y entender con los ojos de la fe.

Juan Molina Rodenas/Vicario Parroquial de La Roda