Manuel de Diego Martín

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27 de marzo de 2010

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Hace unos treinta años estuve dos meses en un pueblo de la región de París, intentando aprender un poco francés, pues me preparaba para irme de inmediato a Burkina Faso (África) como misionero. Mi hermano me presentó a los sacerdotes de la Parroquia. Uno de ellos dice que tiene que irse a hacer un entierro. Yo con el afán de escuchar francés a lo vivo le dije si podía acompañarlo como un fiel cristiano más. ¡Qué funeral tan original fue aquel para mí! Metieron al muerto los de la funeraria, lo dejaron y solemnemente, marcando el paso, salieron al patio a esperar. Allá arriba en el coro, había un sacristán que al órgano cantó algunas piezas, en el altar el cura, y en los bancos estaba yo solito para responder amén. Ante mi extrañeza de que no hubiera nadie me dijeron que era un anciano de una residencia pública, y que con cierta frecuencia se daban casos parecidos.

También después en mi experiencia de párroco me ha tocado hacer algún entierro con poquita gente, y normalmente estos casos venían de residencias, tanto públicas como privadas.

El otro día enterramos a Sole. Era esta una mujer enferma, asistida que llevaba más de cincuenta años como interna en la Institución Benéfica del Sagrado Corazón, conocido como “El Cotolengo”. El funeral que se celebró en la recién estrenada Iglesia del centro, fue por todo lo grande. Presidió el capellán y vicario general de la Diócesis, Luis Marín, con quien concelebramos una media docena de sacerdotes. Allá estaban los lectores, el coro, sus familiares de sangre, pero sobre todo esa gran familia que componen las religiosas, los voluntarios y amigos de la casa que llenaban el templo. Hubo mucha emoción, muchas lágrimas y plegarias para despedir a Sole.

Este hecho me hace reflexionar y comprender que hay lazos de familia que son más fuertes que los de la propia sangre. El irse a una residencia se ve, muchas veces, como un corte con los lazos de familia o del pueblo y esto no deja de tener su cierta verdad. En cambio, entrar en el Cotolengo es entrar a formar parte de una familia mucho más grande. Dicen que S. Camilo repetía mucho aquello de que hay que poner “más corazón en nuestras manos”. En esta casa hay muchas manos y mucho corazón Así pues el entierro de Sole me hizo recordar que el Cotolengo es una casa con gran corazón. Hacen honor a su nombre ya que el Centro se llama Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús.

Hoy que la Iglesia recibe tantos varapalos a diestro y siniestro, aquella mañana me sentí muy feliz de pertenecer a esta Iglesia que es capaz de tener casas en las que hay tanto corazón.