Manuel de Diego Martín

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9 de abril de 2016

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La Palabra Europa en su significado etimológico quiere decir la de los ojos grandes. Y en verdad tiene razones para ser grande, aunque estamos viendo que ahora se está quedando demasiado pequeña para responder a los grandes retos que tiene por delante.

El Papa Juan Pablo II dijo en su día que la identidad de Europa, su alma espiritual, se había forjado a través de los siglos inspirándose en la racionalidad griega, en decir en los grandes filósofos como Séneca, Platón o Aristóteles. Por otra parte había recogido lo mejor del Derecho Romano, que hace entender lo que es la justicia y la legalidad poniendo la razón siempre en marcha para buscar el bien común. En tercer lugar fue moldeada por el pensamiento cristiano, es decir, por los valores del Evangelio.

La Europa de hoy parece que ha perdido el norte, en la que apenas hay racionalidad ni legalidad y se está enterrando en un irracional laicismo excluyente el pensamiento cristiano. La crisis de refugiados que estamos sufriendo hoy y su fracaso confirman este actual desconcierto. Cuando se pensó en llevar a los refugiados a Turquía como una dulce cárcel, montón de Asociaciones humanitarias pusieron el grito en el cielo diciendo  que eso no podía ser así. Aquello ni era razonable, ni era legal y mucho menos cristiano. El proyecto ha caído por sí solo.

El problema sigue ahí tremendo. Hubo un momento en que de una manera sensata se determinó distribuir refugiados por toda Europa. Eran miles, pero a destino han llegado unos centenares. La gente no quiere complicaciones y lo más fácil es la política de puertas cerradas.

El otro día en Madrid escuché una conferencia al Cardenal Tagle, de Manila, Presidente de la Cáritas Internacional, que había visitado el campo de refugiados de Idumene, esos que esperaban saltar a Turquía. Al describir el sufrimiento de estas gentes  se nos ponía la carne de gallina. Como estamos en el Año de la Misericordia, al vivo sentíamos que había que buscar soluciones.

En primer lugar ver cómo se para la guerra. Hay que conseguir que los países del petróleo y otros países con intereses inconfesados no apoyen a los grupos terroristas. Hay que crear corredores humanitarios para que los refugiados puedan venir sin tener que pagar el tributo a las mafias clandestinas. Y lo de siempre, hay que ayudar a los países más pobres en sus lugares de origen. Y cuando los conflictos se desaten, por humanidad, debemos estar abiertos para acoger a aquellos que nos necesiten.  En una palabra, tenemos que volver a la racionalidad, a la legalidad que busque el bien común y a dejarnos guiar por los valores del Evangelio. Esta es la manera de que Europa sigua siendo la de los ojos grandes y el corazón abierto.