Manuel de Diego Martín

|

21 de mayo de 2011

|

4

Visitas: 4

El pasado miércoles se celebró en la Catedral una Misa de Acción de gracias por la beatificación del Papa Juan Pablo II. Presidió la Eucaristía nuestro Sr. Obispo y el Templo, como en las grandes ocasiones, estaba a rebosar.

Quiero glosar un poco la bellísima homilía que pronunció D. Ciriaco en esta celebración. Ciertamente, Juan Pablo II es un hombre para la eternidad puesto que su grandeza humana ha marcado el curso de la historia de nuestro siglo. Pero nosotros queremos mirar también su grandeza espiritual, él es ante todo un santo ya en el cielo.

Quiero resumir su vida a través de estas reflexiones. En primer lugar quiero resaltar de Juan Pablo su pasión por Dios. De joven hizo una tesis doctoral sobre nuestro místico, S. Juan de la Cruz. Así se entiende cómo vivía profundamente esa experiencia mística de Dios que cultivaba constantemente en su vida de oración.

Tenía también pasión por el hombre. Estudiante en Roma, hizo también otra tesis doctoral sobre el filósofo Max Sheler sobre su obra “Ética de los valores”. En estos estudios comprendió mejor, que el valor supremo entre los valores de este mundo es el hombre. De ahí su lucha por la vida, por la libertad, la justicia, la dignidad y los derechos del hombre.

En tercer lugar fue un hombre que sufrió en su carne las atrocidades de las mayores aberraciones que dos sistemas políticos produjeron en su tiempo, el Nazismo y el Estalinismo. Contra estos sistemas, sin dejarse aplastar, Woktyla luchó con todo denuedo. El fue el artífice de la caída del Muro de la vergüenza, y alguien dijo que sin este Papa no se hubieran dado los cambios políticos que para bien de la humanidad se dieron.

Mikail Gorvachoff lo saludó como el más grande humanista de nuestro siglo. Y nosotros lo saludamos hoy como uno de los grandes santos del cielo.