Juan Iniesta Sáez
|
15 de abril de 2023
|
24
Visitas: 24
Sin lugar a dudas, ninguna obra literaria (es mucho más que eso) en la Historia de la humanidad, ha sido tan estudiada como la Biblia. Literalmente, se han construidos tesis doctorales enteras cimentadas en la discusión de si en el original griego, faltaba o sobraba una letra, que cambiaba la interpretación de todo un pasaje.
Domingo II de Pascua, domingo de la Divina Misericordia, es domingo del discípulo incrédulo. El evangelio, cada año, es el del «si no lo veo, no creo» de Santo Tomás. Pero quiero detenerme en el epílogo del evangelio de hoy, en el que el evangelista nos muestra el propósito de su obra: «todo esto se ha escrito para que creáis y tengáis vida».
¿Ah, pero que no teníamos vida hasta que no conocimos la Buena noticia de Jesucristo, o que no la tenemos si permanecemos de espaldas a ella? Puede parecer una afirmación pretenciosa por parte del autor sagrado. Y sin embargo…
Somos testigos cada día de la diferencia entre vivir mundanamente, o vivir vueltos a Dios, al Padre Misericordioso que resucitó a Jesucristo para que tuviera vida, y con Él cada uno de nosotros, sus discípulos, aunque no estemos exentos de cruz, de sepulcro, de Pasión. Pero todo ello queda superado por el grito de Vida que llevamos ocho días proclamando a pulmón lleno: ¡Cristo vive! La Buena nueva que para nosotros es promesa (somos co-herederos de esa misma gloria), además, no se queda sólo en una invitación a la alegría intramundana, a hacer de este mundo un lugar mejor gracias a la materialización del Evangelio. Es sobre todo la ruptura de todo límite y el abatimiento de toda barrera inscrita en nuestra finitud. ¿Puedes imaginarte lo que será cuando se cumpla la promesa de eterna felicidad del Dios Misericordioso?
Juan Iniesta Sáez
Vicario Zona Sierra