Manuel de Diego Martín

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20 de marzo de 2010

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Un año más, el mes de marzo nos ha traído la fiesta de S. José y con ella “el Día del Seminario”. La tradición ha unido a S. José con el seminario ya que Nazaret, la casa de José, fue el primer seminario. Jesús, primero como niño, después como joven fue el primer seminarista. Pero un seminarista muy peculiar, ya que mientras los otros jóvenes se preparan para llegar a sacerdotes por la imposición de manos del obispo, Jesús lo era por nacimiento, pues al ser el Hijo de Dios, a su vez fue constituido sumo y eterno Sacerdote. Jesús se preparó de la mano de José y de María para ejercer este sacerdocio en favor de los hombres sus hermanos.

El lema de este año: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”. Efectivamente, Jesús con sus palabras, con su vida, con su muerte comunicó al mundo la infinita misericordia de Dios. Gracias a Jesús, Sacerdote de la nueva Alianza, la salvación para el hombre de todos los tiempos, está a nuestro alcance. Los condensadores están llenos de energía, los pozos llenos de agua. ¿Cómo hacer llegar a los hombres esta energía, esta agua vivificadora? Jesús dejó bien preparados los canales para comunicar esta salvación. Los canales ordinarios son los Sacramentos. Por eso instituyó a los sacerdotes con la misión de abrir estos grifos para que a todo hombre le pueda llegar esta energía salvadora, esta agua vivificante.

Este año hay una gran alegría, una cierta euforia, porque por primera vez después de años, en España no desciende el número de vocaciones sacerdotales, al contrario, crece. Pidamos al cielo que la curva vocacional vaya siempre hacia arriba, para que a los seguidores de Jesús no les falten nunca los dones del cielo. Ya que estamos en el año santo sacerdotal recordando al santo Cura de Ars, traemos a la memoria aquello que repetía con frecuencia el santo cura y que nos parece hasta exagerado “Dejad a los pueblos mucho tiempo sin sacerdotes y acabarán viviendo como las bestias”.

De chico me contaron una historieta muy entrañable. Un sacerdote está con su sobrino calentándose al fuego de la chimenea. El chaval va metiendo leños a la hoguera para que el rescoldo no se acabe. Y el cura dice al muchacho, ¿y cuando mi fuego se acabe, quién cogerá el relevo para seguir arrimando leños? Esta indirecta impactó al chico para animarse a seguir el camino de su tío.

“Sacerdotes, testigos de la misericordia de Dios”. Nuestro mundo, a veces tan insolidario, tan cruel, tan enfermo, necesita más que del aire que respira de la ternura, de la misericordia de Dios Pidamos al cielo que en esta carrera de relevos nunca nos falten jóvenes que estén dispuestos a llevar hasta los últimos rincones de nuestra Diócesis el calor de la entrañable misericordia de Dios.