Manuel de Diego Martín

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20 de febrero de 2010

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El miércoles de Ceniza, iniciábamos la Cuaresma. Hablar de Cuaresma es recordar que debemos recorrer un camino de conversión y las señales que marcan este camino son la oración, el ayuno y la limosna.

Este año, además de las señales de siempre, que no podemos olvidar, el Papa nos ha propuesto al iniciar el camino una gran señal luminosa. Nos invita en esta Cuaresma a buscar la justicia de Dios.

¿Cómo es la justicia de Dios? A veces, cuando sufrimos en nuestro mundo injusticias indecibles, gritamos entre la impotencia y rabia: “¡Menos mal que un día el Señor por fin hará justicia”! Estamos haciendo de alguna manera referencia al juicio final. Pero no debe ser así, el Señor quiere que su justicia sea hecha ya, aquí y ahora. Y nos volvemos a preguntar: “¿Pero en qué consiste esta justicia que Dios quiere para nuestro mundo?

El Papa Benedicto en su mensaje recoge la conocida definición que en el siglo III formuló el jurista Ulpiano cuando dice: “justicia es dar a cada uno lo suyo”. Y ¿qué significa lo “suyo”? Pues dar a cada uno aquello a lo que tiene derecho, y este derecho puede traducirse en que todo ser humano pueda vivir una vida en dignidad y plenitud. Para ello el hombre necesita conseguir los bienes de la tierra, pero también son necesarios los bienes del cielo. El hombre necesita, como el aire que respira, estar abierto al amor de Dios y recibir el amor de los humanos.

Y sigue preguntando el Papa: “¿existe en nuestro mundo esperanza de justicia para el hombre?”. Mirando nuestras crisis económicas, nuestras desigualdades sociales; viendo los egoísmos y las indiferencias que se dan a nivel planetario entre los pueblos, da la impresión de que no hay esperanza.

El Papa responde en este mensaje de Cuaresma que sí hay esperanza, nuestra esperanza es Cristo, porque Él es la justicia de Dios que consiste en dar a cada uno “lo suyo”, es decir lo que más necesita para tener el ciento por uno aquí y después la vida eterna. Por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, y entregó su vida para que todos los hombres pudiéramos vivir.

Bendita Cuaresma si nosotros intentamos hacer lo mismo. Que seamos capaces de convertirnos, de salir de nuestros egoísmos planetarios y desde nuestro amor a Dios y al hombre, consigamos devolver a todos la esperanza. La justicia de Dios, la gloria de Dios, como decía S. Ireneo, es que el hombre viva, desde ya; que viva aquí en la tierra en camino hacia el cielo.